La no pertenencia
Ellas tienen esos días difíciles, por mandato orgánico. Nosotros, no. Pero a veces experimentamos algo similar (eso creo). El domingo pasado, por ejemplo. Me sentía abatido sin ninguna razón (al menos, no tenía consciencia plena de ello). Irritable. La mañana se extendió un poco más de la cuenta entre sábanas y frazadas. Poco después, en la oficina, activé algo así como la función piloto automático ya que, de otro modo, me hubiese resultado imposible cumplir con el trabajo. De vuelta, voy al piso de mi viejo y hablamos de fútbol, algo que normalmente transcurriría con cierto grado de buen ánimo, de elocuencia. Pero ese domingo me sentía pesado, como atascado en una dimensión desconocida, apenas con alguna que otra manifestación de signos vitales. Tenía ganas de borrarme, de salir de ahí, a pesar de que mi viejo es con quien mejor me llevo.
El lunes fue peor. Se sumó una especie de ira controlada. Mal humor de la nada. No quería estar solo, pero no quería estar con gente (una ecuación imposible; una utopía). Mejor decir que no quería estar (ser) (¿vivir?).
Reflexionando un poco, pasados esos días hostiles, caí en la cuenta de que no era la primera vez que sentía esa sensación de querer bajarte del mundo porque no encuentras tu posición correcta o tu ubicación ideal (crees ser una planeta no alineado, fuera de órbita). Son momentos en los que encuentras muy complicada cualquier posibilidad de encajar las piezas en el gran rompecabezas del mundo. En ocasiones, esa molestia es muy profunda, no te soportas tú mismo y, desde luego, tienes todas las ganas de enviar al diablo a todo el género humano. Para decirlo de manera simple, para intentar explicarlo mejor, diría que son días en los que no puedes estar de pie, pero tampoco sentado o echado. Ni de cabeza, ni en posición fetal. No te viene bien la postura flor de loto. No hallas la ansiada comodidad ni boca abajo, ni en cuclillas, ni de rodillas. Menos aun, en laberínticas maromas de contorsionista. Y te desesperas. Te vas llenando de energía negativa porque todo te viene mal.
Y, reflexionando aun más, vi que eso de percibirte como fuera de lugar se refleja también a una escala mayor: cuando sientes que no encajas en un grupo determinado de gente; cuando te ves sobrando; cuando no ves en ti nada en común con los demás. Cuando sientes rebotar de un lado a otro porque tu piel parece hecha de resortes. Cuando finalmente observas que te vas convirtiendo en una isla. Y uno genera una burbuja alrededor, en parte porque detecta todo lo que no le gusta del género humano, y en parte porque no cree poseer las características necesarias para deslizarse libremente (y con éxito) entre otros congéneres. Da igual, el resultado es el mismo: solo buscarás aliviar tensiones refugiándote en tu guarida.
Me considero un esquizoide de grado medio. Y puedo comprender que haya esquizoides extremos que sientan esa no pertenencia cada día de sus vidas. Y eso debe parecerse mucho a un infierno. Debe ser agobiante. Es como vivir corriendo sin parar, porque cada vez que te detienes, un nuevo peligro te salta a la cara. Los fantasmas te acechan; las sombras vivientes, agazapadas, esperan por ti para morderte el cuello. Correr, correr, correr... no ser. Huir. Perderte en el último rincón de la tierra. Correr...
El lunes fue peor. Se sumó una especie de ira controlada. Mal humor de la nada. No quería estar solo, pero no quería estar con gente (una ecuación imposible; una utopía). Mejor decir que no quería estar (ser) (¿vivir?).
Reflexionando un poco, pasados esos días hostiles, caí en la cuenta de que no era la primera vez que sentía esa sensación de querer bajarte del mundo porque no encuentras tu posición correcta o tu ubicación ideal (crees ser una planeta no alineado, fuera de órbita). Son momentos en los que encuentras muy complicada cualquier posibilidad de encajar las piezas en el gran rompecabezas del mundo. En ocasiones, esa molestia es muy profunda, no te soportas tú mismo y, desde luego, tienes todas las ganas de enviar al diablo a todo el género humano. Para decirlo de manera simple, para intentar explicarlo mejor, diría que son días en los que no puedes estar de pie, pero tampoco sentado o echado. Ni de cabeza, ni en posición fetal. No te viene bien la postura flor de loto. No hallas la ansiada comodidad ni boca abajo, ni en cuclillas, ni de rodillas. Menos aun, en laberínticas maromas de contorsionista. Y te desesperas. Te vas llenando de energía negativa porque todo te viene mal.
Y, reflexionando aun más, vi que eso de percibirte como fuera de lugar se refleja también a una escala mayor: cuando sientes que no encajas en un grupo determinado de gente; cuando te ves sobrando; cuando no ves en ti nada en común con los demás. Cuando sientes rebotar de un lado a otro porque tu piel parece hecha de resortes. Cuando finalmente observas que te vas convirtiendo en una isla. Y uno genera una burbuja alrededor, en parte porque detecta todo lo que no le gusta del género humano, y en parte porque no cree poseer las características necesarias para deslizarse libremente (y con éxito) entre otros congéneres. Da igual, el resultado es el mismo: solo buscarás aliviar tensiones refugiándote en tu guarida.
Me considero un esquizoide de grado medio. Y puedo comprender que haya esquizoides extremos que sientan esa no pertenencia cada día de sus vidas. Y eso debe parecerse mucho a un infierno. Debe ser agobiante. Es como vivir corriendo sin parar, porque cada vez que te detienes, un nuevo peligro te salta a la cara. Los fantasmas te acechan; las sombras vivientes, agazapadas, esperan por ti para morderte el cuello. Correr, correr, correr... no ser. Huir. Perderte en el último rincón de la tierra. Correr...
Me identifico con lo que dices y aunque no tengo tu enfermedad, he vivido o vivo algo parecido.
ResponderEliminarLo único que sé es que, entre más luchas, peor te sientes.
Gracias por tu comentario. No estoy seguro de llamarlo enfermedad: es más un trastorno, que, según la RAE, es una alteración leve de la salud... como sea, no te permite vivir a plenitud. Saludos.
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