El dilema de la depresión y la melancolía

Pregunta al grano: ¿Somos depresivos los esquizoides? Un comentario en un post de hace algún tiempo puso el tema sobre la mesa. Mi inclinación inicial fue pensar que no; que no somos necesariamente depresivos, si entendemos por depresión un serio desajuste psicológico y no solo un estado de ánimo, pues sucede a veces que uno diga «ando deprimido», con la intención de decir que estamos bajos de pilas. Obviamente, la depresión como trastorno es un problema muy hondo.

Creo haber escrito en algunas ocasiones que mi temperamento es melancólico, lo cual implica una pobre demostración de emociones resultantes de situaciones que teóricamente deberían producirme gran alegría. Vamos, que no recuerdo haber explotado de felicidad alguna vez en mi vida. Lo máximo ha sido, quizá, un sereno estado de satisfacción; una sonrisa quieta y alguna risa equilibrada en momentos de hilaridad. 

Implica, también, una tendencia al pesimismo. Me lleva al ensimismamiento y a la introspección. A la apatía y a la introversión. Aunque no sé si algunas de estas condiciones sean una suerte de efecto cruzado con mi lado esquizoide. 

En este enlace encontré algunos aspectos interesantes en torno al temperamento melancólico, y debo decir que tengo casi todas las fichas. 

Ahora bien, ser melancólico no es ser depresivo pero sí puede tender un puente con la depresión, si es que entran en juego otros factores. 

Pero lo que me interesa saber (si es posible) es si la melancolía, la tendencia a la depresión —o la depresión misma— nos pertenecen como rasgos propios de nuestra condición de esquizoides. Es así que debo preguntarles sobre sus temperamentos, sus estados de ánimo dominantes, a fin de intentar delinear un paisaje más o menos representativo. 

Yo me pregunto: ¿Soy melancólico porque soy esquizoide? ¿O son dos caminos que simplemente han anidado en una coexistencia paralela?

Me pregunto, también, si la anhedonia y el aplanamiento emocional que se nos ha endosado como rasgos esquizoides tienen estrecha relación con la construcción de un temperamento melancólico. 

Para terminar, confieso que ser melancólico no es algo que me guste. De hecho es una sombra constante e inseparable que, lejos de facilitarme la existencia, la encapsula y la comprime. Es un peso constante que cargo y, como tal, agota y consume. Nada bueno proviene de ello; socava cualquier posibilidad de potenciar sensaciones de gozo y enmarca mi vida dentro de límites constrictores, como si ser esquizoide no fuera suficiente.