Rutina/ misantropía/ agotamiento
Despertar. Arrastrar contigo la noche previa, a veces en vela. Sábanas y frazadas se mezclan con tu cuerpo aterido. De reojo, ves la hora que avanza inexorable en la pantalla de la radio. Frío. Giras en la cama, arrebujado como una oruga. No estás del todo despierto ni del todo dormido y deseas que el nuevo día no hubiese empezado todavía. Sabes que te espera un día igual que ayer y que el día anterior a ayer, porque entiendes que nada cambia cuando no hay estímulos ni obligaciones que golpeen tu puerta. Dejas pasar los minutos hasta que por fin sientes que debes levantarte para vivir, aunque no tengas un propósito definido. Visualizas el nuevo día con una sensación de ambivalencia: por un lado esperas que todo siga igual, que nada altere las cosas —después de todo, la zona de confort te tiende un manto cálido y un soporte: protección—. Por otro lado aguardas, quizá, la intrusión de un imprevisto que te haga mover. Pero luego de pensarlo mejor, despejas esa idea, no vaya a ser que tu rutina se vea amenazada. Es extraño y alarmante saber que te encuentras en el medio de dos espacios que no terminan de convencerte. Ya cuando el día discurre, te das cuenta de que las probabilidades de que algo cambie son realmente escasas, y repites el libreto de siempre. Lo que cambia es tu sensación en torno a lo mismo: no quieres quedarte ahí, pero no quieres salir de ahí. Prisión. O al revés. Quieres seguir en lo mismo, pero también quieres cambiar de plan. Da igual: prisión.
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Es una cadena de cosas. Entiendes que las sensaciones en torno a lo que quieres o no quieres hacer obedecen, en buena medida, a qué tanto vas a sentir esa camisa de fuerza que te constriñe. Y esa camisa de fuerza representa a la gente. En tu espacio íntimo no hay más seres que tú mismo; mas si emprendes el cambio, te percatas de que te verás invadido (poco o mucho). ¿Detestas a las demás personas? No lo sabes bien. ¿Las desprecias? Crees que no. ¿Sientes aversión hacia ellas? Puede que sí. ¿O solo te son indiferentes? También. No les debes nada y no tienes por qué sentirte obligado a concederles tu presencia y parte de tu tiempo. No te interesan en lo absoluto. Cero empatía. Cuando tienes en mente la posibilidad de salir, de pronto vuelves a mirar la misma película que miraste tiempo atrás, aquella que te recuerda la realidad de siempre, la realidad de conversaciones insustanciales, la proverbial banalidad que envuelve los ritos de sociabilidad, o peor, la hipocresía, cuando no, la mera irrelevancia. Entonces, no. Exit.
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Sin embargo, a veces no queda de otra: hay que salir al mundo, dejar de lado el cobijo y esa rutina ambivalente, porque así lo demanda un día en específico (sea por la razón que sea). Y te planteas la manera de enfrentarlo. Ser tú mismo es la opción más recomendable, pero sabes que mostrar tu alma podría traer de regreso viejos fantasmas que en el pasado te fueron hostiles. Entonces te queda otro camino: crear un personaje (esto puede funcionar con gente que no te conoce de antes). Ser o procurar ser alguien que no eres con la finalidad de hacer que la situación que tanto te amenaza, a priori, fluya de la manera más humana posible. Lo has hecho antes, y puede llegar a ser agotador. Funciona si la situación solo demanda unos pocos minutos, pero se vuelve asfixiante si se extiende por horas. Confirmas, una vez más, que tu condición te obliga a moverte en medio de dos posibilidades, una peor que la otra —según el caso—. Y es agotador. Ves que, hagas lo que hagas, vives en una prisión. La libertad llegará con la noche, cuando vuelvas a tu escondite secreto y sientas el abrazo de una habitación vacía.
Hay que salir al mundo porque así lo requieren las obligaciones. Crear un personaje. Claro que es agotador. Pero el saber que al regresar al hogar te encontrarás con vos misma, en tu refugio, es la recompensa a la rutina diaria. Tal vez hay días que exigen menos intercambios sociales, en los que no es necesaria tanta actuación, entonces todo se vuelve menos amenazante.
ResponderEliminarSin embargo, desconozco la situación en la que no hay obligaciones: las tengo desde niña y la escuela; de adulta y el trabajo. Y si no las tuviera sería asfixiante también. Ambivalencia. Sí. Pero no soportaría mis días sin rutinas, responsabilidades, obligaciones.
Se entiende? Es parte del ser esquizoide? Es parte de todos los seres?
Las obligaciones son disparadores. Ahora que no las tengo me cuesta arrancar: es como estar a la deriva ante un día que se pone y uno que se pregunta: ¿para qué? Y ni quiero asomarme, afuera están los fantasmas...
EliminarA mi me pasa algo similar a lo que describís, es como una doble prisión, que te aleja más de vos mismo que de los demás, y lo peor viene cuando crees romper el encerramiento, salir de tu celda recorriendo ese pequeño pasillo hacia al exterior para liberarte, sin darte cuenta que estás dentro de otra prisión más grande.
ResponderEliminarEs como si fuésemos prisioneros del mundo porque no encontramos motivo alguno que doblegue nuestra voluntad para salir, la verdadera libertad está fuera de nuestro alcance.
¿No escribís más?
ResponderEliminarEspero hacerlo pronto, estoy en una etapa complicada. Gracias por tu apoyo :)
EliminarQué lástima que no se puedan leer los comentarios de los últimos posts.
ResponderEliminarDesde hace un tiempo hay problemas en la sección de comentarios, una pena, pues no tengo el control sobre eso. Debe ser un problema originado en el servidor de blogspot.
EliminarResuelto. Tuve que cambiar el diseño de la página, espero que ahora sí no haya inconvenientes.
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