La oscuridad omnipresente
La imagen habla por sí sola. Ciertamente puede provocar sensaciones algo distintas para unos y otros. Algunos verán un pasadizo con destino secreto; otros verán un túnel que conduce hacia lo desconocido; otros podrían advertir que, a los lados, hay puertas cerradas o tal vez entreabiertas; alguno podría pensar que así lucen las cosas cuando morimos —¿no han oído hablar de un largo túnel negro que, luego de cierto tramo, deja ver una luz refulgente? Esto, según personas que han estado clínicamente muertas y que volvieron a la vida—; otros más verán solo alguna parte olvidada de un laberinto. Pero hay algo en común entre todas las miradas que se posen sobre esta imagen: la oscuridad. La oscuridad tanto real y tangible como metafórica y simbólica. Y me animo a decir que quienes padecemos el Trastorno Esquizoide de la Personalidad habitamos en la oscuridad, cualquiera sea su sentido o el entendimiento que tengamos de ella.
Me explico: los esquizoides vivimos en un pasadizo con destino secreto. Lo importante y distintivo aquí no es el destino secreto, capaz algo inherente a todo ser humano, sino el pasadizo. El pasadizo en tanto espacio cerrado, estrecho, constrictor. Incluso si estamos a la intemperie, los esquizoides andamos por la vida como a través de un pasaje cercado y fuera de cuyos límites asoma la amenaza de la vida social. No miramos mucho a los lados, vamos directo hacia adelante o retrocedemos pero que nos parta un rayo antes de ampliar nuestro espectro de observación: no vaya a ser que tengamos un encuentro no deseado con cualquier persona conocida. O, digamos, con cualquier persona.
Los esquizoides también nos desplazamos por un túnel que conduce hacia lo desconocido. En este caso, el túnel juega un papel similar al pasadizo, pero lo desconocido sí adquiere una indiscutible relevancia para nosotros, en la medida que nuestras vidas casi no son planeadas; no podemos planearlas porque anteponemos una visión pesimista —o fatalista— de las cosas. Nos es casi imposible tejer un camino, o peor, un objetivo. Pasamos por la vida según se den las condiciones, pues somos tan limitados socialmente que nos resulta extenuante prefigurarnos planes para desarrollar y cumplir. Nos conformamos con lo que haya a la mano y no por desidia o tradición de haragán, sino porque conocemos muy bien las fronteras de nuestro campo de acción (si se puede decir acción).
Luego, las puertas cerradas —o entreabiertas— son toda una alegoría de la vida esquizoide. Incluso dediqué un post en este blog sobre ellas (pueden revisarlo AQUÍ). Y también podemos relacionarnos con las visiones de la muerte, tema que puede volverse recurrente entre nosotros: yo, al menos, me pregunto quién descubrirá mi cadáver si mi vida transcurre en total soledad. Finalmente, tenemos la parte olvidada de un laberinto. Nos sentimos olvidados (y no necesariamente nos victimizamos; aunque algunos tal vez lo hagan); somos gente al margen, gente que vive a pie de página y que no tiene la menor intención de entrar en el gran diálogo social. En tanto, el laberinto simboliza nuestras existencias sin orden ni planeamiento ni finalidades concretas. Nuestras vidas pueden dispararse a cualquier parte, según nos lleve el viento, o simplemente podemos quedarnos pegados a la cama o al sofá en un acto de inercia crónica, hasta que la muerte nos llame.
Sobre cada una de estas formas de vida, según el evangelio esquizoide, sobre todas ellas, flota la oscuridad como un aura omnipresente que nos acompaña a cada paso —o a cada ausencia de paso—, a lo largo de nuestra experiencia sobre este planeta. La oscuridad nos cae encima como una mortaja y nos inyecta el tinte negro a través de nuestro sistema circulatorio. Todo es oscuridad, estemos donde estemos, solos o con alguien al costado. Si es bueno o no para nosotros, pues depende de nosotros. Yo me llevo bien con ella, en oposición a las luces y a cualquier visión que destile policromía. La oscuridad es mi día y mi noche; mi amanecer y atardecer. Es sol y luna. Es la estrella que recorta sus puntas y apaga sus destellos en mi cielo particular. No tengo nada que gritarle a la noche; solo darle las gracias por ese abrazo crepuscular que sella cada uno de mis días.
Con este post me deprime ser esquizoide
ResponderEliminarDe hecho los esquizoides somos propensos a deprimirnos, pero todo depende de cómo tomemos las cosas. Tenemos cualidades que los "normales" no tienen y podemos usarlas a nuestro favor.
EliminarSomos como sombras errantes vagando por la desesperación de la noche, la luz del día, tal vez, proyecte nuestra verdadera imagen, y como prefiero nunca ser visto ni exponer mis debilidades, ese pasadizo de oscuridad es mi único refugio, una vía de escape ante esta realidad tan esquiva, lastima que dure tan poco dentro de mi mente, una mera ilusión que calma pero que deja un vacío enorme cuando se desvanece.
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