El orgullo esquizoide

Tengo algunas sensaciones pendulares entre dos extremos. Me muevo con asombrosa facilidad desde una no deseada tendencia a la autocompasión hacia una autoelevación que tampoco es aconsejable. Caigo en la primera sensación cada vez que me siento abrumado por mi condición. Cada vez que me siento incapaz de reaccionar ante algún estímulo externo y me congelo en un estado cercano a la catatonia, acompañado por pensamientos grises y pesimistas. O cada vez que la soledad se hace espesa y me amarra como lo harían unas cadenas. Es en esos instantes en que ciertas frases se posan en la punta de mi lengua ("pobre de mí", "qué mala suerte la mía"). Pero las aborto apenas entro en conciencia de que no me sirve para nada colgarme anclas al cuello. Al menos, ahora puedo hacerlo. Antes no podía controlarlo y me hundía en los socavones de la depresión. Ahora trato de alejar a los demonios antes de que tomen posesión de mis pensamientos.

Pero hay ocasiones en que me voy al lado opuesto y experimento aquello que suele identificarse (bien o mal) como orgullo esquizoide. Me explico: me es muy fácil ver en una buena parte de la gente ciertas características que no son precisamente valiosas de acuerdo con mi propia escala de valores. Detesto en ellos la superficialidad. La ligereza. La casi patética facultad de perennizar conversaciones sin sustancia. La inenarrable habilidad de muchos de reír ante situaciones o palabras que a mí ni me cosquillean de lo indiferentes que me resultan. Desprecio (sí, desprecio) en ellos su escaso o nulo hábito de la lectura. Y que prefieran pasar las horas embobados ante un estúpido programa de televisión o embotando sus cerebros durante horas en el estruendo de una noche de música electrónica en una disco, alcoholizándose para poder hacer las cosas que no hacen en sobriedad. Proverbial patetismo humano. Y al verlos a ellos, como acto reflejo, me siento bien conmigo mismo, me siento orgulloso de marcar distancias con aquellos seres superficiales. Me coloco a mí mismo en una suerte de pedestal imaginario: estoy por encima de la imbecilidad humana. De lo corriente, de lo vulgar.

Empecé estas reflexiones señalando que ambos extremos son, por decirlo de alguna manera, inadecuados. Uno, obviamente, puede traerte abajo. Y el otro puede envolverte con una capa de irrealidad. Puede convertirte en un esnob. Sé que lo ideal sería pensar: no soy menos ni más que nadie. Pero, como dije, tengo esos vaivenes pendulares.

Por otra parte, sé que hay esquizoides únicamente enclavados en el segundo extremo. Esquizoides orgullosos forever. Y es comprensible que los haya, pues es tentador sentirse siempre superior: no soy superficial, valoro las conversaciones serias y sobre temas importantes, tengo una capacidad creativa desarrollada a partir de mi sensibilidad hacia el arte, soy observador y detecto con facilidad los perfiles de las personas, soy cauto, paciente, profundo y predeterminado a grandes cosas. Leo mucho y sé dejarme llevar por la belleza de una obra musical o plástica. Elevo mi espíritu, me despego de lo mundano, persigo lo infinito. Lo trascendental. Por eso me aparto del resto. Sí, es tentador sentirse superior.

Pero cuidado. Todo es relativo. Y vivir la vida empinado en una nube puede ocasionar caídas muy dolorosas. La lucha debe ser por buscar el equilibrio. La tarea es esa. Porque el orgullo esquizoide es real. Se da en muchos casos y hasta se convierte en una forma de vida. O, peor aún, puede ser solo una excusa para justificar la reclusión en tu isla personal.

Analicemos cómo andamos en ello. Si es positivo sentirse orgulloso de ser esquizoide. De ser distinto al común denominador. ¿Qué tan bueno o malo es eso?

Tengo mucho para pensar.






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