Fantasmas alrededor
En una entrada anterior les conté que estoy asistiendo cada domingo a una iglesia evangélica. También manifesté cierto alivio porque no era una iglesia invasiva, como sí hay otras. La primera vez que fui no fue fácil. Previamente me había debatido durante meses entre ir o no ir. Un viernes le diagnosticaron a mi padre una rara enfermedad degenerativa, y mi reacción inmediata fue decidir acudir el domingo siguiente a la iglesia.
Llegado el día, la lucha interna fue feroz. En ese ir y venir de mi mente resolví caminar las siete u ocho cuadras que separan mi departamento de la iglesia y ver qué pasaba. Me decía a mí mismo que solo iría para inspeccionar el exterior y, si el asunto pintaba mal, me daría media vuelta.
Al llegar, me detuve a la entrada. Saqué mi celular e hice como que revisaba algo en él. Un par de señoras ingresaron y yo decidí ir detrás de ellas. Subí los tres pisos y de pronto ya estaba entrando en el local. El ujier me entregó un boletín, me dijo «bienvenido», y tomé asiento en la silla del extremo izquierdo de la penúltima fila. Puse mi maletín en la silla que estaba a mi derecha para asegurarme de que nadie se sentara a mi lado. Sí, medidas extremas y preventivas.
Cinco canciones de alabanza se entonaron antes de que el pastor subiera al púlpito. Y lo primero que dijo fue: «Saluden a los que estén al lado, atrás y adelante». Un par de apretones de mano y a otra cosa. Ese fue el único contacto directo con otras personas y se ha repetido en cada inicio de prédica. Hasta la fecha.
Sin embargo, todas las veces siguientes que he asistido a la iglesia no he dejado de sentir cierto cosquilleo previo. Siempre hay algo, una sensación de nerviosismo. Un leve aleteo interior que me incomoda, como si me alertara de que esta vez habrá algo nuevo en el servicio que me ocasionará ansiedad.
Un domingo, el pastor me sorprendió a la entrada con un sonoro «¡hola!». Sentí un rush de ansiedad, pero creo que reaccioné dentro de lo que se espera. Le di la mano. Me preguntó mi nombre. Respondí y le dije que llevaba un par de meses visitando. Me dijo que sí, que me había visto y que al terminar los cultos me buscaba con la mirada, pero yo ya no estaba (claro, ni bien terminaba yo desaparecía como por acto de magia). Me preguntó quién me trajo y cómo así había encontrado la iglesia. Le dije que vine solo y gracias a Facebook. Noté su sorpresa. Y le dije, además, que era una iglesia distinta a las que había ido antes. Me dio la bienvenida y eso fue todo.
Desde ese instante, me las arreglé para no llegar antes de las 11 de la mañana, sino un poco después, cuando el pastor ya está sentado en la primera fila mientras se cantan las alabanzas. Y me ha funcionado.
No obstante, y aquí empiezo a desarrollar el motivo de este post, persiste cierta incomodidad. Muchas de las personas que van a la iglesia se conocen de años. Se hablan y se saludan. Charlan brevemente. Yo sigo aferrado a mi burbuja y casi literalmente veo a mi alrededor personas desenfocadas, como fantasmas. Mi foco está puesto en el púlpito, en el pastor; a los lados solo presencias etéreas, pero no por eso inofensivas; creo que están borrosas por mi voluntad; les he arrebatado la nitidez para mis fines: si yo no puedo ser invisible para ellos, que ellos sean invisibles para mí.
No es algo que haga en uso de mi conciencia, es un mecanismo de defensa de mi inconsciente. Funciona en tanto logro abstraerme, pero no sé hasta cuándo podré estirar esta situación. A veces me figuro que, tarde o temprano, alguno de ellos se me acercará para decirme algo como «llevo algún tiempo viéndote por acá, pero no te conozco; déjame presentarte a tal o cual...». Puede pasar.
Pero eso no es todo. De pronto me he dado cuenta de que ese mecanismo mediante el cual convierto en fantasmas a quienes están a mi alrededor ha sido un patrón de conducta que repito en otras circunstancias. Lo noté cuando regresaba, caminando, y las personas con las que me cruzaba en la calle también lucían desenfocadas. Soy yo mirando al frente, la profundidad del camino que sigo, y son los cuerpos difuminados que transitan a mi alrededor. Visión nítida selectiva. Fantasmas artificiales creados por mi cerebro para protegerme.
Puedo decir que me muevo en un mundo nebuloso, como en un sueño, o en una dimensión desconocida de cuerpos abstractos. No me agrada —lo admito—. Pero siento que no tengo alternativa, pues si esos fantasmas encarnaran y aparecieran con todos sus pliegues y masas y estructuras, la amenaza sería tal, que no me quedaría otra que encerrarme en mi casa y no volver a cruzar jamás el umbral.
Es curioso que recién a estas alturas de mi vida se me haya revelado esto de sentirme cercado por fantasmas creados por mi mente. Un mundo alterno y fuera de foco que ocurre mientras vivo una vida huidiza y subterránea. ¿O es que esto de huir y querer volverme invisible se ha hecho más evidente con el paso de los años?
Buenas. Lo que te pasa es totalmente logico. Encontraste un sitio que te hacia sentir seguro. Formabas parte de algo pero sin formar parte. Sin embargo a medida que pasa el tiempo y demuestras cada semana que quieres quedarte y ser parte de ese momento las personas que te rodean y tambien forman parte de ese evento quieren implicarte en su comunidad.
ResponderEliminarY es ahi donde empiezan los problemas. Porque estamos bien formando parte de una situacion, de un momento, aunque haya personas implicadas, porque realmente son solo otras personas compartiendo ese momento. Nadie invade a nadie. Nadie involucra a nadie. Hasta que la comunidad hace acto de presencia. Y una vez que las personas nos quieren implicar en sus vidas o quieren implicarse en las nuestras sale nuestra bandera roja: peligro, no bañarse.
Y no nos bañamos. Porque sabemos que o bien nos ahogaremos o si sobrevivimos sera de chiripa.
Lo que vengo a decir es que es normal. Pero si quieres romper con tus barreras esta bien. Todo lo que hagas esta bien. Alomejor el tiempo mejora una vez te metes en el agua. Alomejor solo son los primeros 20 metros que el agua es turbulenta. Solo hay una manera de saberlo: arriesgandote .
Gracias por tu comentario. En realidad no sé si quiero romper con mis barreras. Es más, aún si quisiera, no creo que pudiera. Como bien has expresado, ya mi bandera roja ha salido a dar señales de peligro. Tendré que poner en la balanza por un lado el peligro y por otro lo bien que me hace ir a la iglesia, así sea en plan de ente metido en una burbuja.
EliminarY si dejas que se acerquen y kes explicas tu situacion? Sin entrar en detalles. Explica que te cuesta estar con gente. Que no te sientes comodo con mucha gente. Que a veces percibes los acercsmientos de la gente como algo invasivo y que estas mejor y te sientes mas comodo guardsndo una distancia prudencial con la gente. Pero que te gusta ese entorno. La eneegia del lugar y de las personas que lo fomentan.
ResponderEliminarAsi no se ofenderan tanto al decirles que no quieres estrechar lazos. Algo bueno por algo malo. Equilibrando siempre la balanza.
Es una buena opción. Te agradezco mucho la idea :)
EliminarAlgo típico en nosotros... cuando algo alguna actividad como Yoga, Qigong,, meditación.. los primeros días son los mejores.... a medida que el curso avanza y las personas se van conociendo nos sentimos mas incómodos y empieza a ser hora de desaparecer... Otra circunstancia a vencer es justo después de acabar la actividad y es hora de irse... momento complicado si alguien sigue tu mismo camino de regreso a casa y quiere compartir una conversación con nosotros... Aquí es donde debemos usar el ingenio para evitar esta gente.... intentar salir antes y apresurarnos, o perder tiempo y salir después... hacer un camino alternativo con alguna excusa, etc....
ResponderEliminarExacto. Lo veo como si se nos diera un período breve de prueba gratis y que, luego de transcurrido cierto tiempo y si estás a gusto con el "producto", debes empezar a pagar.
EliminarEs como mirarme en el espejo. Qué parecidos somos. Saludos!
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