Agujero negro
Si bien los científicos no se han puesto de acuerdo sobre todas las características que hacen del agujero negro un agujero negro, por alguna razón siempre me he sentido identificado con él. Incluso si no tenemos claramente definidas ---y explicadas--- su naturaleza y sus funciones dentro del macrocosmos. De hecho existe cierta ambigüedad al respecto, tanto que ha enfrentado a dos teorías para explicarlo: la mecánica cuántica y la relatividad general. Como sea, y en su acepción más básica (para dummies), está la idea general del agujero negro como un espectro oscuro, suspendido en el firmamento, que tiene la particularidad de tragarse otros cuerpos que pululan en el universo. Y esa idea (próxima a la certeza o errónea del todo) abre un abanico de interpretaciones y hasta posibilidades líricas. Un agujero negro, entonces, puede ser también una alegoría. Y es así como uno encuentra identificación. Puedo decir que siempre me he sentido como un agujero negro.
Me pregunto por qué. Mi primer ensayo de explicación viene por oposición a la luminosidad. Lejos de considerarme un ser que emana luz, cualquier energía que en otros seres rebotaría algún tipo de reflejo, en mí quedaría sepultada. Mientras a mi alrededor existen personas que son como cajas de resonancia, todo eco se ve oscurecido en mi persona.
Pero también creo que soy una entidad que se traga lo que circula a su alrededor. En mí mueren las bromas, las risas, la verborragia inútil que es común a la mayoría de congéneres, el parloteo sin norte, la algarabía sin sentido, las miles de palabras que flotan y viajan y se pierden en mi silencio taciturno. Soy un agujero negro que engulle todo en nombre de la no palabra, del no animismo en su más amplia concepción, en nombre de lo vacuo y lo insustancial. En mi persona no se perenniza la menor seña de humanidad, sino que en mí mueren todos esos atributos que son comunes a una extensa masa de personas y que yo detesto con todas mis fuerzas. No puedo definir en qué medida me considero un agujero negro, pero siento una plena relación con su naturaleza y con su halo negativo. Soy antípoda. Soy lo que no se debe ser. No soy.
Y no es que yo quiera serlo. Ni siquiera podría decir que consciente o inconscientemente me he abocado a convertirme en un agujero negro. No. Me lo han hecho saber. Así es. Aquellos normales de siempre son los que, a lo largo de todos estos años, me han ido colgando membretes en el cuello: que soy así o que no soy así, que me falta esto y que no tengo lo otro, con el común denominador de que en todos esos carteles que llevo en la frente resaltan oscuridades, oquedades, opacidades. ¿Por qué eres así?, parecen preguntarme todo el tiempo, sin preguntarlo a veces. Y qué hago yo. Me he mirado al espejo y he visto en mis ojos el vacío, las cavidades que comunican con otras dimensiones, con las dimensiones de los muertos o, pienso, de los que duermen en vida como fantasmas insignificantes.
Puedo entender, entonces, la extrañeza de cada nueva persona que se cruza en mi camino y me mira como si yo fuera algo que no es. Soy un agujero esquizoide. Algo fuera de lo normal. Algo que no debería estar aquí pero que está para ocasionar interrogantes. El aguafiestas. El cortocircuito. La mala tecla o la nota disonante. Un error. ¿Me afecta en algo? Sí, en la medida que todo funciona en este mundo según las convenciones y los acuerdos tácitos, según las acciones y reacciones esperadas, la celebración de una broma o la repetición cíclica de comportamientos que son considerados naturales. No soy caja de resonancia, no reflejo luz, me trago planetas y estrellas, y devuelvo mi espalda cuando esperaban mi sonrisa aquiescente. Entonces, viviendo al margen de la normalidad, está claro que una escalera de diez gradas tendrá para mí unas cien. Todo acto de intercambio social me resulta campo minado. Cualquier posibilidad de acceder a una mejor posición se verá dinamitada por mi voraz oscuridad, esa que se traga todo, los buenos modales y las frases hechas. Todo.
No reflejo luz.
Lo lamento, soy un agujero negro. Cuando lleguen a mí, no se detengan en auscultarme y entenderme. No soy como ustedes. Y, en ese sentido, no me afecta. Me complace. Soy un agujero negro, pero acaso tenga luminosidad en mi interior.
Me quedo con la última parte de la última frase.
ResponderEliminarGracias por responder mi comentario en el post anterior.
Este comentario no requiere reflejo.