Nudos mentales

Pasa que estoy parado al final de un camino y ante mí se abre un número indeterminado de rutas, trochas, senderos, todos ellos difusos, enmarañados, y ando sin brújula y sin fuego que alumbre. Poco o nada aclaro el panorama: cada tramo presenta obstáculos, sinuosidades, giros serpentinos, altibajos, y no sé por dónde agarrar rumbo. No estoy moviendo un dedo, no estoy dando un solo paso, toda la batalla se desarrolla en mi cabeza porque no resuelvo ponerme en acción. Las noches de duermevelas parecen encender mis mecanismos porque me surgen ideas. Pero a la mañana siguiente todo vuelve a ser un concierto de silencios: lo que asomaba como posibilidad se torna una utopía, al menos en mi mente, pues toda esa torre de pasos a seguir elaborada en horas de la madrugada amanece luego como una imposibilidad de aquellas; como si aquella idea pletórica que despertó mi optimismo fuese encadenada por fuerzas extrañas, sujeta con brazo firme y encerrada bajo candado. Nuevamente, siento que tambaleo sobre arenas movedizas y termino por echar al olvido cualquier signo mínimo de proyecto de vida. Es que cuando estoy entre los remolinos del pensamiento, acostado y a oscuras o con una tenue luz a mi diestra, de pronto siento que mi mente empieza a caminar, primero con paso cansino, después ligero, hasta cabalgar sobre un pura sangre que acaba de escuchar el sonido de inicio de una carrera de largo aliento. Me vuelvo valiente entre las sábanas y en posición horizontal. Mas a la mañana siguiente mi mente ya no cabalga sobre un valeroso corcel, sino sobre un unicornio que vive suspendido en un mundo de fantasía. Todo es nada, otra vez. Me reconozco, como de costumbre, un animal estático que mira los caminos, difusos y enmarañados, además de entrecruzados y sin destino aparente. Siento que las piernas no me responden y que el tiempo se acorta y cada cuanto me acerco más al borde del precipicio. Pero, pese a ello, a esas advertencias de peligro inminente, sigo sin dar un paso, sin mover un dedo. Es solo mi cabeza la que parece funcionar: intento desatar nudos con la mente pero no voy más allá. La maldición esquizoide que se agiganta y me consume y me señala el no camino, la no acción, para estrujarme entre paréntesis feroces e inexpugnables, situando mi vida en un stand by sin fecha de caducidad.