Transacción: Olvido por indiferencia
Uno de mis grandes miedos es envejecer. Más aun ahora, cuando veo que adelante no se eleva un horizonte que se pierde en la lejanía. Más aun ahora, que empiezo a contar los años que restan (cálculo hipotético, pues quién sabe cuándo nos llamará el ángel de la muerte y su guadaña; podría ser mañana mismo o dentro de cuarenta años). Lo grave es que pienso en esta supuesta segunda mitad de la vida con cierta frecuencia. Y no me gusta lo que anida en mi mente. Vislumbro un futuro seco, decadente, rodeado por objetos que empiezan a perecer conmigo. Veo mi salud quebrantada. Me anticipo a dolores cada vez más fuertes (dolores físicos, dolores emocionales)...
Odio envejecer. Odio que el espejo ya empiece a devolverme una imagen que muestra las primeras huellas del tiempo. Odio que el cabello refleje ya orillas grises, que la barba esté cediendo tonalidades oscuras para dar paso a una pilosidad blanca que invade con mayor premura de la pensada. No me gustan las bolsas debajo de los ojos. Las líneas cada vez más definidas que surcan mi rostro.
Aclaro: no es veleidad. Encuentro en estos cambios físicos más bien una alegoría definitiva de deterioro en todo sentido. Más preocupante todavía es que las piernas no obedezcan como antes. Que aparezcan dolores invisibles que parecen provenir de todos lados o de ninguno.
Pero eso no es todo. Al proyectarme a una probable ancianidad esquizoide, lo que aparece es una soledad que no es como la soledad de hoy (esa que es benévola, que apacigua, que evita las fricciones que pudiesen aparecer al interactuar con otros). La soledad de mi vejez asoma malévola. Se empina con un gesto de dureza que da miedo. Porque es la soledad del desvalido, de aquel que, ante una emergencia médica, pongamos de ejemplo, no sabrá reaccionar y se quedará estático sucumbiendo al dolor y al dominio total de una enfermedad mortal o de un infarto inminente. Porque me veo absolutamente incapaz de acudir a alguien, porque me veo presa fácil. Rendido, dispuesto a que me lleve el diablo o lo que fuera. Sin el menor brío para levantar el auricular y hacer una llamada de urgencia.
Es más, pienso que nadie notará mi desaparición. Bien, eso no me atemoriza, pero si creo que me entristece un poco, me tienta a la autocompasión (confieso). Tal vez encuentren mis restos o tal vez no. En suma, me apena un poco salir del mundo en el más completo olvido. No por soberbia: me da igual. Pero sí he de reconocer cierta congoja por esa soledad extrema. Es que el mensaje es demasiado fuerte: es como que la vida te despidiera en la más absoluta indiferencia. ¿Será el golpe a recibir (con justicia) por nuestra propia indiferencia hacia los demás? ¿La vida nos pagará con el olvido nuestras cuotas de indiferencia?
El último acto será tan simple como bajar las cortinas, bajar el telón. Después: ¿la nada? No. Yo creo en el tránsito a una vida mejor (en Dios confío).
Cierto...hace unos años no me preocupaba nada......ahora si comienza a "preocuparme" de esa soledad malévola, y ojo que solo supero los treinta por poquitos :P
ResponderEliminarp.d es como el primer dia que por la calle un/a chico/a joven te trata de usted.. y piensas..¿tan viejo estoy?..sinó lo siento xD
jajaa, sí, cuando ya empiezan a decirte señor o usted significa que estamos iniciando cierta etapa... saludos!
EliminarTe mando una poesía que a mí me ha inspirado a menudo. Es de un autor uruguayo, creo, pero no caigo ahora mismo en el nombre:
ResponderEliminar¡P’ALANTE!
I
No te des por vencido ni aún vencido,
no te sientas esclavo ni aún esclavo.
Trémulo de pavor, piénsate bravo
y arremete feroz, ya malherido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ,ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios, que nunca llora
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
¡ Que muerda y vocifere triunfadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza !
II
Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los Santos y las Santas.
Obsesión casi asnal: para ser fuerte
nada más necesita la criatura
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!
cordiales saludos.
Buenísimo. Es de Pedro Bonifacio Palacios, poeta argentino. Gracias por compartirlo. Saludos!
EliminarGracias por el cumplido : yo es que me veo en el lío ese de la cabeza vociferante mientras rueda por el polvo, ja,ja,ja ... un fuerte abrazo.
ResponderEliminarYo me veo igual que tú, incapaz de pedir ayuda si llegara a necesitarla, solo encomendando mi alma a Dios si fuere el caso, no me quedaría de otra. La soledad y la apatía me cubren con su manto cada vez más. No pienso mucho en el futuro ¿para qué? soy feliz en mi presente, a mi manera, sobretodo en soledad, silencio y oscuridad.
ResponderEliminar