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El título de este post iba a ser: Tablas de salvación.

Pero no. Las X, al menos la intención es esa, simbolizan mi decisión de abortar a último momento la idea inicial.

Claro que también pude haber titulado el post de la siguiente manera:

Tablas de salvación.

¿Entonces, qué?, se peguntarán. Si es que se preguntan algo y asumiendo que alguien esté leyendo esto (vuelven a acosarme esos fantasmas que me tocan al hombro y me susurran: psst! Nadie te lee, hombre....).

Pues que yo quería escribir del Lado B.

Planeaba empezar diciendo algo como "luego de escribir tantas líneas oscuras, plagadas de quejas y lamentaciones, creo necesario mostrar que no todo está tan mal...". Algo así. Y, a continuación, me había propuesto enumerar las cosas que hacen mi vida más llevadera... aunque las he tocado tangencialmente en algunos posts anteriores. A saber, la música, la bella música catalizadora, salvadora; las novelas que me brindan momentos de sosiego; las películas que me abren el telón para zafar de la realidad durante un par de horas... el placer de comer... (esto creo que no lo había mencionado, pero es cierto: hay un ser pantagruélico dentro de mí).

Pero detuve mis instintos autoindulgentes y presioné pause. Luego, delete. No va. Primero porque no creo que a alguien le importe un comino si me gusta oír canciones todo el bendito día, o si leo a McEwan, Fresán, Bolaño, Benedetti, Pérez-Reverte, Bukowski o Kerouac. Tampoco si acostumbro encajar películas de suspenso o spaghetti westerns en mi aparato de video; y mucho menos si soy capaz de amargarme la vida si dejo de comer un buen bife por más de una semana.

Son cosas que no le importan a nadie. Solo a mi, desde luego.

Segundo porque no me sentía in the right mood (no encuentro en nuestro idioma una mejor manera de reflejar lo que quiero decir: o tal vez puedo intentarlo diciendo que no me hallaba en el espíritu adecuado para escribir de temas blancos y bonitos). Lo último que quisiera hacer aquí es escribir líneas que no me son enviadas por el corazón. No sería honesto.

No estoy deprimido, ojo. Pero tampoco estoy exultante.

Hay muchas nubes negras flotando sobre mi cabeza como para querer relativizar lo negativo y pintarles un arco iris que no vislumbro.

Por otro lado, no quiero tampoco llenarlos de quejas o lamentaciones. Empieza diciembre y se supone que el sol se empinará (al menos por este lado del mundo) y tenderá sus rayos de felicidad. Quién soy yo para perpetuar inviernos u otoños con hojas caídas. Aunque, francamente, diciembre se me hace insostenible, y eso que no soy de aquellos que se deprimen por la simple aparición de una estación en concreto. Pero diciembre... no, pues. Paso. Por mí me lo saltaría, derecho hasta enero. Qué prometedor sería evitar la trivialidad que envuelve este mes... la exacerbación comercial de la Navidad, los rituales huecos que se repiten año tras año sin modificaciones en el guion. Los saludos y demás efusiones que, sospecho, son mayormente un acto de hipocresía en muchos de los casos. Papá Noel soltando esa risa sin razón en los supermercados; trineos arrastrados por ciervos inexistentes; luces por todas partes, muñecos de nieve que nos prestamos de otras realidades (aquí no hay nieve; y casi ni llueve). Lluvia de regalos, en cambio sí. Neurosis colectiva: miles de gentes corriendo de un lado a otro para adquirir, compulsivamente, decenas de regalos porque desde siempre los convencieron de que no hay otra manera de mostrar afecto a los suyos. Si no regalas en Navidad, no existes. Y todo este ritual de absurdidad es coronado el día 31, con esa odiosa cuenta regresiva que finaliza con una explosión de júbilo que hasta ahora no entiendo... ¿Un cambio de almanaque justifica tamaño optimismo? Parecen criaturas que jamás crecieron.

En fin, dije que no quería quejarme y terminé haciéndolo.

Les extiendo mis disculpas (en caso haya alguien por ahí leyendo esto).

Psst! Nadie te lee, hombre... (alguien me ha tocado al hombro).