Morir para vivir

Es agotador: salir al mundo a sentir cómo el corazón te baila en el pecho; a percibir el altisonante estertor de tu respiración. Abandonar tu comodidad horizontal, sumarte a la danza serpentina de cuerpos apurados que te rodean mientras sientes que algo en ti se derrumba cada día. Si de voluntad se tratara, me perpetuaría en un estado próximo al coma. Pero hay que salir al mundo para procurarte el sustento, apagar tus incendios personales y acatar las remotas órdenes de tu cerebro que te señalan una larga lista de acciones a tomar si es que no quieres perderte o, más exactamente, hundirte en la nada. Hay que trabajar, comprar los víveres para tu sustento, tomar aire. Es decir, entrar en escena. Aunque interiormente sabes que cada día que lo haces, paradójicamente, mueres un poco. Morir para vivir. Todo movimiento, por insignificante que sea, te demanda mayor esfuerzo que a otra gente. Vas por la calle y la sola proximidad de otros cuerpos a tu espacio privado te genera el gesto torcido de la insatisfacción. Una molestia invisible te acosa y lo sientes. Puedes sentirte, incluso, menos humano y no exagero. Si usas el transporte público, lo sufres. Odias tomar un taxi porque no hay nada más impertinente que un taxista desconocido disparándote palabras que te urgen a pronunciar las tuyas, esas que normalmente no tienes a mano o que guardas en una prisión situada en algún lugar de tus cuerdas vocales y que no suelen salir con libertad, pues parecen atrapadas en algún pliegue o cráter hecho de material acerado. Entonces optas por el bus. Y aunque sabes que puede estar atestado de humanos, al menos te resguarda el hecho de que nadie se conoce entre sí. El anonimato te protege.
Tu trabajo puede o no ser un espacio agobiante. Depende de cómo sea la dinámica. De las actividades que realizas. De cuánta gente haya y de la química (o ausencia de tal) existente. Aparte, claro está, del peso de la responsabilidad que tienes como pieza del engranaje. Eres consciente de que tienes un plus de estrés; más cosas que te preocupan además de todo aquello que preocupa a los demás. Y eso te mata otro poco más. Sabes que debes lidiar con lo estrictamente laboral y también con tu propio infierno: actuar y tratar de parecerte, lo más posible, a un humano convencional para llevar la fiesta en paz. De otro modo, serías la cuerda desafinada de la guitarra. Las horas pasan y te vas desgastando, te vas comprimiendo; pareces un pedazo de papel que se hace menos liso con el correr del tiempo, te arrugas, te secas, el telón no cae y se acaba el escaso combustible que hay en ti. Enmudeces. Empequeñeces. Mientras a tu lado la danza serpentina vive aún y hay cuerda para rato. Hastío, ganas de salir corriendo a reencontrarte con tus soliloquios; con el abrigo de tu aburrida rutina en el que eres el único personaje de la obra monócroma y monocorde que es tu vida. Al salir de tu trabajo, te das cuenta de que ese día se ha llevado muchas horas que hubieses deseado invertir en acompañarte con una copa de vino, tu música, tus cuatro paredes, tu placentera inmovilidad. Llegas a casa, con la luna que cuelga ya de una noche cerrada, y resta poco tiempo para equilibrar las palpitaciones de la ansiedad que te ha tomado del pecho durante casi todo el día. Y puede que alcances un poco de paz. Pero sabes que será una paz momentánea, pues al día siguiente volverás a embrollarte en el molesto remolino de una jornada agitada. Aunque de agitada no tenga nada. Solo que nadie lo sabe. Nadie sabe que el mero hecho de salir al mundo es para ti una montaña rusa de sensaciones opresoras. Calmarás los tambores de tu pecho, si no te asalta una pesadilla a la mitad de la madrugada, y despertarás suspirando con un dejo de pesadumbre al sentir que un nuevo día despunta tras la ventana de tu habitación. Entonces te preparas para morir un poco más.

Comentarios

  1. Acabas de describir un día habitual en la vida de un esquizoide....es un relato sencillamente magnifico....leerlo me resulta liberador....ya que de cierta forma me reconforta saber que a la distancia que alguien esta padeciendo lo mismo que yo...y creo firmemente en que compartiendo nuestras penas se reducen a la mitad.... antes de despedirme quisiera hacerte una pregunta que me ha perseguido y me ha atormentado en todos estos casi mas de 23 años de mi existencia y que jamas he podido responder: ¿para que luchar permanentemente contra algo invisible e inexplicable de lo que nunca te podrás librar?....

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  2. Gracias por tu comentario, Tu pregunta es muy importante y, en cierto sentido, clave para los que hemos venido a este mundo con una carga pesada y crónica. Supongo que cada quien tiene su propia respuesta. Yo soy mayor que tú y tal vez tardé en darme cuenta de que no debía "luchar" contra el "problema"; sino acomodar mi vida al "problema". Y si bien no podría decir que soy una persona desbordante de felicidad, pues al menos he utilizado las "desventajas" de ser esquizoide a mi favor. Es decir, en lugar de lamentarme por tener que ir a alguna reunión social o algo similar, que me genere angustia o que simplemente no me apetezca, decido no ir y dedicar ese tiempo muerto a mis actividades solitarias. Ese es solo un ejemplo muy simple de mi opción tomada de dejar de luchar para hacer realmente lo que me dé la gana, obviamente dentro de mis limitaciones. Vivir con ello lo mejor que se pueda. Dejar de hacer lo que te incomoda. Crearte un mundo personal lo más atractivo posible. Saludos.

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  3. Yo también soy un loco. O al menos soy testigo del viaje de la locura. El viaje de la locura es el movimiento del punto de encaje en busca de una idea del mundo acertada, donde no hay sacrificio justificado. Yo creo que la tiranía, la violencia primaria, puede caer. Al menos ya lo ha hecho en teoría, aunque nadie lo ha visto. Soy uno de los pocos, porquísimos testigos del manifiesto loco, y de toda la obra "Llegando al Paraíso", que tiene poder, sirve como benefactor. Un saludo y si quieres enterarte escríbeme; copelandias@hotmail.com

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