La media vuelta
Un viejo amigo (al que veo de cuando en cuando; como pasa con todos mis pocos amigos) me hablaba con preocupación, hace unos días. Habiéndole contado hace un tiempo que pertenezco al 1% de gente que padece de TEP (trastorno esquizoide de la personalidad), parece haber empezado a ver esquizoides por todas partes. Me habla de personas que viven metidas en sus casas. De gente solitaria. De hombres que desvían la mirada al charlar. De seres humanos que hablan poco, etcétera. Ahora anda pensando en un sobrino que tiene pocos amigos. Hombre, ¿no será esquizoide?, me pregunta. Hombre, le respondo, ¿no será que solo es un chico tímido?
Vale, aunque algunos rasgos descritos arriba pueden formar parte de nuestra carpeta de comportamiento esquizoide, eso no indica que todos los que comparten algunos de ellos sean seres humanos con TEP.
Pero mi viejo amigo me acribilla con preguntas.
¿Cómo te diste cuenta de que eres esquizoide?
¿Desde cuándo?
¿Qué señales son las que deben ponerme alerta de que alguien es esquizoide?
¿Qué sientes?
¿Toda la vida has sido así?
Y bla, bla, bla...
No soy psicólogo, le digo. No tengo todas las respuestas. Solo puedo hablar de mi experiencia. Y le digo que, si tuviera que resumir toda esta maraña de vivencias en una sola, la llamaría la media vuelta. Se me queda mirando con gesto desconcertado. La media vuelta simboliza (en mi caso) la seña más elocuente de que algo raro estaba pasando. Desde que era muy chico. Algo que me diferenciaba de otros. ¿A qué me refiero? A esa reacción inmediata que se activa cuando detectamos el peligro. (El peligro entendido como toda situación que amenaza nuestro objetivo de vivir de manera anónima, persiguiendo la invisibilidad).
Por ejemplo, ver mientras caminas por un centro comercial que a unos 25 metros está una persona que conoces. Tu primer acto reflejo es pegar la media vuelta. Luego tienes unos pocos segundos para elaborar una huida que no parezca tal.
O esta otra: tienes que abordar a alguien, por la razón que sea. Esa persona está ahí, a una distancia media, distraída, tal vez esperando a alguien o haciendo tiempo. Tú lo piensas, una, dos, cinco o diez veces. Hasta que te decides, envalentonado por algo que tú mismo te has dicho para animarte. Das los primeros pasos en dirección a la persona en cuestión, te acercas, está a punto de tiro, pero cuando parece que estás por llegar a tu objetivo, encuentras a tu izquierda una vía de escape. Entonces, pegas la media vuelta y te escurres sin ser visto.
Incluso llegas a extremos. Pasa que alguien que conoces te ha detectado. Y te llama. Y tú te haces el que no ha escuchado nada; y si hallas a un lado una salida, pues darás media vuelta y te colarás por ahí para irte lo más lejos posible.
Aclaro que las personas de las que intentamos zafarnos no necesariamente nos resultan antipáticas. Incluso pueden caernos bien. Pero lo que detectamos es el peligro de la interacción. Porque detestamos interactuar. No nos interesa hacerlo. Preferimos sumergirnos en nuestro interior, aislarnos, pasar inadvertidos.
La media vuelta es una constante en nuestras vidas. Funciona mientras se pueda. A veces, no hay huida posible. La media vuelta es una respuesta frecuente que ofrecemos ante ciertos estímulos de demanda social. Ocurre casi a diario. En la calle, en el trabajo, en la cafetería del centro de estudios, en alguna tienda. Para mí, es un acto de afirmación de mi indiferencia ante cualquier posibilidad de interacción fútil, de toda situación que me reste tiempo valioso de introspección para dedicarlo a una actividad que no me apetece y que el común de la gente practica asiduamente: hablar por hablar. Seguramente por una vital necesidad de comunicarse, así no tengan nada interesante que decir. En todo caso, una necesidad que yo no tengo. Me vale un quinto.
vaya..me encanta como escribes....como haces para plasmar mis pensamientos tan bien..esa media vuelta me ha pasado cientos de veces.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Saludos.
ResponderEliminarva bien leer que no somos los únicos "raros"...por estos lares
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