Bajo las piedras
Una semana negra. O, al menos, agrietada. Cargada de nubes grises y voluminosas. Y sospecho que poco o nada tiene que ver el asunto de ser esquizoide. (¿O sí?).
Una semana en la que, si de mi hubiese dependido, la habría invertido en perpetuarme en un estado de inconsciencia (o intangencia). Tal vez con ganas de experimentar en carne propia las bondades de la criogenia: congelarme por buen tiempo o, lo que sería igual, suspenderme en una cura de sueño sin ninguna intención de asomar las narices al mundo. Nada dispuesto a intercambiar palabras o cualquier mínimo gesto de comunicación con los demás, aquellos que, por alguna razón u otra, aparecen cercanos y muy próximos.
Bien. Parece que solo estoy describiendo una situación usual para un esquizoide. Pero he de aclarar que estos últimos días han sido particularmente pesados para quien esto escribe. Hubiese preferido perderme entre las sábanas de mi cama antes que exponerme al exterior: me he sentido como si estuviese dentro de un cubo invisible; muy hostil con los que se han acercado... a los que solo he dedicado unas miradas de soslayo, unas cuantas palabras (casi gruñidos) sin significado, y un desgano mortal. Uno de ellos me dijo: "Estás más serio que de costumbre". Inventé un motivo insustancial. De todos modos, no hubiese podido develar una explicación razonable, ya que no tengo razones visibles para este estado de marchitamiento anímico o existencial o crónico.
Es solo que todo se me ha antojado ridículamente opresivo, ensordecedor. Lo que me ha dejado en un estado de inmovilidad rocosa. Eso es: me he sentido cual figura de piedra.
¿Depresión?
¿Visión pesimista del futuro?
¿Temores viejos que persisten?
¿Acaso un proceso de agudización de la indiferencia esquizoide?
No lo sé.
Lo que sé es que no ha sido nada agradable. Y si así serán las semanas venideras, la verdad que preferiría convertirme en un espectro o en una ameba o lo que fuera, pero que alguien aparte de mí este cáliz. Nada menos gratificante que sentirse rehén de uno mismo. Es como si hubiese atado un grillete a mi pierna derecha para impedir el menor movimiento posible. Es lo más próximo a sentirse parte del reino vegetal.
Que venga, entonces, la no-vida. La no-consciencia. La nada. Escribo estas líneas con lo que me queda de energía. Más bien, creo que voy a ser succionado por un agujero negro o abducido por alienígenas locos que han llegado hasta acá para eliminar seres sin futuro.
O puedo estar vovlviéndome un esquizoide extremo.
Uno de esos: criaturas que parecen habitar bajo las piedras. Buscar la ausencia de luz, de color, abstraerse en la insignificancia de una vida invisible, cada vez más lejos de lo real, de esa poco apetitosa realidad. Toda esa farsa de máscaras, danza de cuerpos corrientes que van por la vida derramando sonrisas estúpidas y palabras líquidas.
Bah, prefiero quedarme bajo las piedras...
Una semana en la que, si de mi hubiese dependido, la habría invertido en perpetuarme en un estado de inconsciencia (o intangencia). Tal vez con ganas de experimentar en carne propia las bondades de la criogenia: congelarme por buen tiempo o, lo que sería igual, suspenderme en una cura de sueño sin ninguna intención de asomar las narices al mundo. Nada dispuesto a intercambiar palabras o cualquier mínimo gesto de comunicación con los demás, aquellos que, por alguna razón u otra, aparecen cercanos y muy próximos.
Bien. Parece que solo estoy describiendo una situación usual para un esquizoide. Pero he de aclarar que estos últimos días han sido particularmente pesados para quien esto escribe. Hubiese preferido perderme entre las sábanas de mi cama antes que exponerme al exterior: me he sentido como si estuviese dentro de un cubo invisible; muy hostil con los que se han acercado... a los que solo he dedicado unas miradas de soslayo, unas cuantas palabras (casi gruñidos) sin significado, y un desgano mortal. Uno de ellos me dijo: "Estás más serio que de costumbre". Inventé un motivo insustancial. De todos modos, no hubiese podido develar una explicación razonable, ya que no tengo razones visibles para este estado de marchitamiento anímico o existencial o crónico.
Es solo que todo se me ha antojado ridículamente opresivo, ensordecedor. Lo que me ha dejado en un estado de inmovilidad rocosa. Eso es: me he sentido cual figura de piedra.
¿Depresión?
¿Visión pesimista del futuro?
¿Temores viejos que persisten?
¿Acaso un proceso de agudización de la indiferencia esquizoide?
No lo sé.
Lo que sé es que no ha sido nada agradable. Y si así serán las semanas venideras, la verdad que preferiría convertirme en un espectro o en una ameba o lo que fuera, pero que alguien aparte de mí este cáliz. Nada menos gratificante que sentirse rehén de uno mismo. Es como si hubiese atado un grillete a mi pierna derecha para impedir el menor movimiento posible. Es lo más próximo a sentirse parte del reino vegetal.
Que venga, entonces, la no-vida. La no-consciencia. La nada. Escribo estas líneas con lo que me queda de energía. Más bien, creo que voy a ser succionado por un agujero negro o abducido por alienígenas locos que han llegado hasta acá para eliminar seres sin futuro.
O puedo estar vovlviéndome un esquizoide extremo.
Uno de esos: criaturas que parecen habitar bajo las piedras. Buscar la ausencia de luz, de color, abstraerse en la insignificancia de una vida invisible, cada vez más lejos de lo real, de esa poco apetitosa realidad. Toda esa farsa de máscaras, danza de cuerpos corrientes que van por la vida derramando sonrisas estúpidas y palabras líquidas.
Bah, prefiero quedarme bajo las piedras...
Hola.
ResponderEliminarCómo te contacto de manera privada?
Hola, si gustas me dejas un correo al cual pueda escribirte.
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