Recuerdos de grama y asfalto


Decía el recordado periodista uruguayo Emilio Lafferranderie, 'El Veco', que el fútbol era lo más importante de las cosas menos importantes. Creo que tenía razón. Al menos, en los países en los que el fútbol es casi una religión. Lugares en los que el dicho 'Todo niño viene con un pan bajo el brazo' encuentra una versión alternativa: 'Todo niño viene con una pelota bajo el brazo'. 

Mis recuerdos más remotos, atados a un balón de fútbol, me lanzan en reversa hasta una edad en la que mi uso de razón llevaba poco tiempo de estreno: 5 o 6 años. Por ahí. Coleccionaba un álbum fotográfico de equipos nacionales. Y ya le pedía al viejo barbón del trineo una pelota de cuero de 32 paños, un uniforme de mi cuadro favorito y hasta zapatos con toperoles. Elementos que aparecieron un 25 de diciembre, al pie de un árbol de Navidad.

Todo esto, antes de colisionar con la realidad...

Tenía un amigo de siempre, de esos que aparecen cuando tu vida se abre al mundo como una flor y ves que ya estaban ahí como si siempre hubieran estado. Era vecino mío. Teníamos al frente de nuestras casas un parque que usábamos como campo de fútbol. Éramos dos y nos alternábamos posiciones: uno remataba y el otro hacía de arquero. Usábamos un par de arbolitos como arco. Era muy divertido, nos creíamos futbolistas profesionales y alimentábamos la fantasía narrando, en voz alta, cada jugada. Hasta que un día llegaron otros niños que vivían a espaldas de nuestras casas. Eran como seis o siete y sus intenciones eran sumarnos a mi amigo y a mí para completar equipos. 

Fue en ese momento que empezó mi incomodidad.

Ellos jugaban en la cuadra en la que vivían, en la pista. Colocaban piedras de regular tamaño como arcos. Y tenían que detener cada partido al paso de un auto, para reanudarlo luego, una vez alejado. Las primeras veces no me sentí del todo mal: mi amigo era un soporte. Los problemas se iniciaron cuando mi amigo no podía ir. Me sentía extraño entre los otros chicos, fuera de lugar —lo equizoide creo que viene con el empaque original—. Y hubo ocasiones en las que decidí no ir a jugar si mi amigo no podía. 

En el colegio las cosas no fueron distintas. Me inhibía de participar en los partidos, así me muriera de ganas. Las veces que jugaba era en los 'equipos B': es decir, los restantes. Y no lo hacía mal. Tardé, eso sí, en encontrar mi puesto. Había probado de delantero y de defensa, pero descubrí que lo mío era morder en el mediocampo, lo que acá llamamos un '6' —en otros países, como Argentina, es un '5'—. Quitaba mejor las pelotas que cuando salía jugando con ellas. Obstruía a los rivales mejor que cuando intentaba construir ataques. 

Me hice fanático del fútbol. Mi padre, que también lo es, me llevó a los 10 u 11 años a las divisiones inferiores de nuestro equipo favorito. Iba los sábados. Pero, de nuevo, mi obstáculo eterno se manifestaba con todo su poder para impedir que me forjara en los campos de fútbol. Me era imposible integrarme a los otros muchachos. Entrenábamos, corríamos, hacíamos los trabajos físicos de manera individual sin problemas; pero todo cambiaba cuando había que compartir, hablar, juguetear, bromear. Recuerdo una mañana en especial en la que, mientras esperábamos al entrenador, surgió la idea de patear penales.  Éramos más de veinte chiquillos con afanes de peloteros. ¿Saben quién fue el único que no se animó a tomar la pelota y patear el penal? Sí. Quien esto escribe. 

Crecí, y aunque sigo siendo un febril hombre de fútbol, no pude ir más allá. Ignoro si era muy bueno, pero algo sabía. Una vez ya en el juego, me transformaba en un pitbull para raspar y quitar pelotas. Pero acceder al juego me costaba un mundo. Así que mis ganas de ser futbolista se desplazaron hacia el mero hinchaje. 

Otro capítulo más de mi vida, saboteado por mi condición de esquizoide. Tal como ocurrió con mis pretensiones de músico (aunque al menos, en ese rubro, tuve un par de bandas y me subí al escenario).

Hoy, miro atrás con nostalgia. Por lo que pudo ser y no fue. Sobre la grama o el asfalto, pies que corren detrás de una pelota, buscando victorias, perdiendo o ganando; gritarlo en furia, en una sola palabra, el momento único e irrepetible de un deporte apasionante: ¡Gol!



Comentarios

  1. Curioso. De pequeña, menos de 10 años, me encantaba jugar en los parques y fincas, imaginando con mis amigos que eramos piratas o indios.
    Luego, a los 12 años dejamos de jugar a imventarnos historias o aventuras.
    Y yo empece s cambiar. Tambien me acomode a una amiga. Su sombra. En el instituto si ella faltaba yo me escondia en los pisos superiores en vez de ir al patio. Pero ella cambio, se adapto a los demas y entro en un grupo. Yo podria haber entrado con ella. Ella me presiono mucho y me dio un ultimatum: o iba con el grupo o me quedaba sola. Estar solo es malo. Era mi mejor amiga, no podia perderla. Asi que lo intente. Y fracase. Al cabo de unas semanas mis rarezas me colocaron en el centro de todas las bromas pesadas. Y yo cada vez estaba mas incomoda. Hasta que un dia deje de ir. Sin mas. Necesitaba respirar. Mi familia se preocupaba y me animaba una y otra vez a integrarme con otros niños. Pero siempre acababa llamando la atencion por mis rarezas. Y yo me sentia muy agobiada. Asi que a veces me escapaba a leer a la biblioteca. Y de repente se convirtio en mi refugio. Los niños no van mucho.
    El caso es que yo tambien tenia una pasion: la ciencia. Biologia marina.
    Me apasionaba. Sacaba muy buenas notas y todo el mundo pensaba que seria buena. Incluso gane el concurso del instituto. Pero al entrar en el baxiller de ciencias...bueno, conoci a mis futuros compañeros. Disfrute de las lecciones y del concurso. Saque un 8 en baxiller y estaba muy preparada para selectividad. Pero no fui. Fueron los peores años de mi vida: el instituto.
    Mis diferencias crecieron. Yo empece a darme cuenta de que me hacia daño: la gente.
    Lo pase tan mal que empece a apartarme de la gente, y solo entonces me fui curando, ganando confianza y aprendiendo a conocerme y quererme.
    Claramente fui una decepcion para todos. Todos me recriminaron intentaron convencerme, se enfadaron. Mi tutora y un profesor se habian esforzado mucho en mi porque me veian futuro. Y yo lo tiraba todo po= la borda sin dar explicaciones.
    Tarde algunos años en que mi familia se diera cuenta de que era mas feliz asi. Y ahora, a mis 31 años, se que hice la mejor eleccion. No hubiera sobrevivido a una carrera durante 4 años o 6.

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    1. Las formas son distintas, pero el fondo es casi el mismo. Tenemos una enorme valla que saltar que, para los demás, no lo es. Y no entienden ellos por qué. Posiblemente hemos perdido valiosas oportunidades, pero creo que la tranquilidad mental no tiene precio. De otro modo los logros habrían tenido, tal vez, un costo invaluable. Coincidentemente, como conté en un post anterior, yo también me refugié en una biblioteca cuando estaba en el colegio. Ahí descubrí otra gran pasión: la lectura. Así que no hay mal que por bien no venga.

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  2. De niña creo que estuve más conectada con los chicos del barrio que con compañeros de colegio. Recuerdo tardes de verano en la calle jugando a las escondidas, a la paleta, andando en bici o reunida en la puerta de casa en un campeonato de payana. Días felices.

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    1. Os ha pasado a todos que de niños erais mas normales? Es decir, yo era ya mas callada e independiente, pero me lo pasaba bien con los niños.
      Fue al acercarme a los 9 y 10 años en que empezaron a agudizarse loa rasgos esquizoides, por decirlo asi.

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    2. Yo, desde que tenía uso de razón, tenía serias dificultades para relacionarme con los demás niños. Creo que vine al mundo equipado con TEP. Sería interesante conocer más casos.

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