Falla en el sistema

La otra vez escribí que debía haber sido una planta. Hoy escribo de lo que soy: una falla en el sistema. Algo que no engancha y que no encuentra su espacio de operatividad. Una anomalía en el macrocosmos. Un elemento que no conecta dentro del mecanismo de la vida.

Y digo más: algo que rebota de lado a lado. Una cosa extraña y no reconocida por los detectores de software seguro. Probablemente, si pasaran un antivirus por el mundo, aparecería en la lista de amenazas encontradas, como una especie de malware. Sospechoso, al menos. Un archivo no reconocible. Algo que no debiera estar ahí. Un error.

Aclaro: no escribo esto con una tonalidad de autocompasión —aunque admito que ese horrible sentimiento a veces toca mi puerta—. Pero no ahora, que escribo estas líneas. Quiero decir que no estoy escribiendo esto, movido por una decepción o como consecuencia de un nuevo episodio desagradable; sino como resultado de una reflexión más o menos profunda. 

Veo la vida como el sistema. Y, como tal, repleta de elementos, archivos, componentes; no sé, llámenlos como prefieran. Dentro del funcionamiento general del sistema —la vida—, cada individuo debería encajar sin problemas en el engranaje de la maquinaria, de acuerdo a sus funciones. Y yo siento que no lo hago. Y si alguna vez he cumplido funciones concretas (como por ejemplo, en el trabajo), siento como que hubiese sido forzado a encajar: como cuando empotramos a la fuerza una tuerca en una cavidad que no es para ella. Funcionalmente puede servir durante un tiempo, pero llegará el momento en el que esa tuerca saldrá despedida de la cavidad para la que fue forzada.

Mi incapacidad de hallarme dentro del sistema es evidente. Cada vez me siento más inservible —vuelvo a decir: no me estoy azotando la espalda, solo trato de ser objetivo—. Siento como que estoy en un proceso de muerte lenta. Como una canción que va llegando a su término, en un fade out no exento de drama. 

Esta toma de conciencia no solo obedece a un proceso de introspección, sino también comparativo. Me molesta ver cómo otros elementos del sistema funcionan de maravillas. Son relucientes, proactivos y logran cosas importantes, tanto en lo laboral como en lo social o en lo familiar. Se mantienen en buenos puestos, tienen familias estables (no voy a usar el término ridículo de felices), independientes... se desenvuelven con total seguridad y con los pies muy bien asentados sobre el suelo, y tienen las cosas claras. 

Luego me miro y veo algo fallido. Algo que lleva en sí un cortocircuito que le impide —primero— acoplarse al sistema y, como efecto de ello, ser funcional, tanto para el sistema como para mí mismo. Veo un fierro oxidado. Un objeto en desuso. Algo que no encuentra lugar, pues el sistema siguió andando, progresando, y este elemento salió de él y no pudo mantener el ritmo. 

Quizá en un momento anterior, y a pesar de haber sido una pieza obligada a encajar, pude correr a la par que el sistema. Pero veo ahora que ya no: empiezo a ver la vida como el tren que ya partió y que se va alejando cada vez más, mientras yo me quedo estático, clavado en el piso y sin reacción.

Eso era. Nada más. Gracias por leerme.