¿Conducir? ¡No!


Uno de los rasgos de mi vida ha sido —y sigue siendo— el miedo. En casi todo orden de cosas. Esa sensación de sentirte desprotegido y constantemente expuesto a situaciones incómodas, o peor, peligrosas. 

Uno de los miedos más fuertes que he experimentado es el temor a conducir autos. Nunca pude lograrlo. Intenté el aprendizaje un par de veces, de la mano de mi padre. La primera vez abandoné a las pocas lecciones. Pasados unos cuantos años, me dije que la mejor manera de obligarme a manejar era comprando un auto. Y así lo hice. Un Toyota Starlet negro de 1996. 

Reanudamos las lecciones. Siempre con miedo, hice pequeños progresos. Poco a poco, me fui soltando. Di uno que otro paseo corto con un amigo cercano. Recuerdo incluso haber ido a trabajar en auto un domingo. Solo. Regresé muy de noche, con un poco menos de miedo, pues el tráfico había disminuido para esa hora. 

Alentado por esa pequeña hazaña, me animé a salir de nuevo con mi amigo. Esta vez era de tarde, día de semana. Craso error. El tráfico era ya caótico. El temor volvió. La ansiedad hizo que volviera a cometer un error más o menos recurrente: no poder sincronizar debidamente acelerador y embrague al momento de iniciar el trayecto. El auto se me apagaba a cada instante. 

No estaba del todo preparado para esa travesía. Aún así, seguí el trayecto sin destino fijo. La idea era pasear por donde las pistas me llevaran. Pero con temor creciente fui comprobando que el tráfico se ponía cada vez más complicado y que me iba alejando progresivamente de mi punto de inicio y que encontraría dificultades en identificar la ruta de retorno (por entonces no había GPS ni la aplicación esa, llamada Waze).

Así que decidí voltear a la primera oportunidad que se me presentara. En ese instante no me percaté de la distancia en la que venía otro auto en sentido perpendicular. Traté de frenar. Pero los nervios me bloquearon. Ya no sabía cuál pedal era el freno y cuál el acelerador. Alcancé a frenar. Pero no lo suficiente: impacté al auto. Le hundí un poco la puerta delantera. No fue un accidente descomunal. Fue un tope leve. No hubo lesiones físicas, pero sí una huella imborrable en mi mente. 

A partir de ese momento, nunca más volví a tocar el auto. Se lo vendí a mi padre a un precio casi simbólico. 

Pienso en las razones por las que nunca pude consolidarme en el tema de conducir. Y llego a la conclusión de que no me gusta verme en una situación en la que me sienta todo el tiempo evaluado. Manejar un auto es un acto público; uno se expone ante la ciudad y tu habilidad o falta de esta se hacen evidentes. Y uno de mis peores temores de siempre es a sentirme evaluado, escrutado. Detesto que ojos extraños se posen sobre mí y que determinen algún calificativo, sea positivo o negativo (eso no importa). 

Solo quiero ser invisible.

Entonces: no hay modo de ser piloto ni de auto ni de moto, ni de nada. Queriendo pasar desapercibido, todo eso se hace imposible. Lástima que lo comprobé muy tarde, hice un gasto importante al comprar el Toyota Starlet negro y ni aún así pude lograr mi objetivo. Aunque, valgan verdades, nunca fue un gran objetivo. Sentí que debía aprender porque supuestamente era una necesidad. Luego me daría cuenta de que no era tan necesario. Han pasado veinte y pocos años y me he acostumbrado a trasladarme en transporte público sin mayores problemas. 

Cierto, hay ventajas de conducir tu propio auto. Todos las conocemos. Pero también hay desventajas: tienes que invertir en arreglos, reparaciones y mantenimiento. Además, como está la ciudad en estos tiempos, es todo un tema ver dónde puedes estacionar tu vehículo. Casi no hay espacios y eso obliga a que des varias vueltas hasta dar con un lugar. 

En suma, me he conformado con la situación. Sin embargo, pienso si esto de no poder manejar —que obedece al temor a ser evaluado— tiene que ver en algo con mi rasgo esquizoide o no. No lo tengo claro. Tal vez ustedes puedan opinar acerca de esto. ¿Cómo se llevan con los autos? ¿Cómo asumen ustedes aquello de ser evaluados?


Comentarios

  1. En mi caso, no tengo mucho que contar acerca de mi experiencia conduciendo. Lo probé, en un lugar sin tráfico ni gente alrededor, salió más o menos bien, también con algún pequeño problema al sincronizar embrague y acelerador y, finalmente, agobiado por los comentarios de la persona que me había prestado el coche. Quizá me hubiera ido mejor estando solo, sin nadie que me evaluara, y conduciendo en un lugar solitario y alejado de todo. Claro que conducir en lugares así solamente serviría para tener momentos a solas ("huir"), no para desplazarse.
    En todo caso, fue más por el compromiso de "tengo que hacerlo" que por interés. Si hiciera un viaje largo, iría en avión; si fuera a otra ciudad, en tren; si tuviera que moverme por una capital, en tren o autobús; por mi ciudad, caminando. Quizá estaría bien poder viajar por mis propios medios, sin necesitar a alguien que conduciera, pero tampoco podría pilotar un avión, así que...
    En resumen, no sé si me saldría bien (aunque con paciencia y dedicación se puede ser bueno en cualquier cosa, lo único imprescindible es el interés), pero no siento la necesidad.

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    1. Así es. A veces hay cosas que se nos enseña como imprescindibles, imperativas. Manejar un auto es una de ellas. Es algo que simplemente uno debe aprender. Sobrentendido. Y uno, inmaduro o influenciable, solo se deja llevar. Hablando de aviones, ese es otro miedo. Pero no miedo al vuelo o a que se caiga el avión, sino a los ajetreos previos en el aeropuerto (se me hacen un mundo), a compartir asiento con algún desconocido durante horas y que este te inicie una conversación que no deseas. Temor a lo desconocido, a lo que te espera a tu llegada. Por trabajo tuve que volar a Argentina, Chile y Venezuela solo. Y aunque al final disfruté de los vuelos, no pude evitar los nervios previos. Todo un tema.

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  2. a mi me pasa un poco al contrario... conducir fuera de la ciudad, donde no hay demasiado tráfico, con mi música es uno de mis placeres favoritos.... a veces incluso he llegado al sitio pero doy un par de vueltas mas hasta que se termine la canción que estoy escuchando

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  3. No soy temerosa. Y si hay algo que me encanta y me da sensación de libertad, de poder, es conducir mi auto. Sobre todo en rutas (además, me gusta la velocidad). Viajo sola, me acompaña mi música a volumen alto. Y volar... qué placer! Lo hice por mi país -Argentina - y hacia otros. Elijo el asiento de la ventanilla para mirar el despegue y el aterrizaje... y para no tener a alguien sentado al menos a uno de mis lados, je. Parece que en este tópico hay variedad entre los esquizoides. Saludos.

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    1. yo también siempre elijo el asiento de la ventanilla :-)

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  4. Hola, me interesa mucho platicar contigo, te sigo en twitter y te escribí, pero ojalá pudiera hablar contigo de forma privada.

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    1. No reviso Twitter muy seguido, pero podrías igual enviarme un mensaje directo por ahí. Procuraré estar atento.

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    2. Por alguna razón que desconozco, no puedo mandarte mensaje directo. Tienes algún correo a donde pueda escribirte?

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  5. Á mi conducir me relaja muchisimo. Evito siempre compartir coche. Y pongo mi musica a tope. Igual que otros , yo tambien aprovecho cualquier excusa para pasar mas tiémpo al volante. Digsmos que es mi momento de relajarme y, o bien prepararme para el estres que vendra, o relajarme despues del estres que he pasado.

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    1. Veo entonces que mi temor a conducir y a ser evaluado (en general) no son necesariamente consecuencia de rasgos esquizoides, sino cosecha propia. Interesante (y preocupante).

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    2. Si los esquizoides en general somos indiferentes a las críticas, sean éstas positivas o negativas, no debería importante ser evaluado. Y en tal caso, yo prestaría atención a quiénes me evalúan, en el sentido de ver si están a la altura para hacerlo, je. Tengo la vara alta y me trataron de soberbia alguna vez. Sólo me interesan las críticas de quienes me quieren bien, de mis vínculos más estrechos. Y no son tantos. Vos despreocupate de la mirada ajena y no dejes de hacer cosas pensando en el "qué dirán". Saludos.

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    3. Sé que una de las características del TEP es la indiferencia a la crítica y al halago. En mi caso, soy indiferente al halago, pero sí me golpea la crítica. Supongo que son matices y que no todos tenemos todos los rasgos atribuidos al TEP. Intuyo que mi susceptibilidad a la crítica tiene que ver con el perfeccionismo: detesto fallar (en lo que sea). Sé que es insensato porque nadie es perfecto, pero bueno, es lo que hay. Saludos.

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