Tregua



Hasta que llegó la calma. Bueno, la calma. Quiero decir: no sé si alguna vez en mi vida podré experimentar un estado de paz completo. Me falta descubrir si vine al mundo con ese software. Pienso que no. Pienso que siempre voy a estar preocupado por algo. Y si un día encuentro que nada me preocupa, pues me preocuparé por no estar preocupado, signo de que algo no anda en orden. Puede sonar absurdo y exagerado, pero no lo es tanto. Hubo días en que me sentía liviano, sin cargas excesivas, y al momento empecé a revisar mi agenda para encontrar —inconscientemente, tal vez— algo que alterara ese estado para reencontrarme con algún sobresalto.

Pero hoy la necesitaba. Hablo de la calma. Luego de más de año y medio de ansiedades y angustias extremas, ha llegado un respiro, una tregua. Vendimos el piso, me mudé al de mis viejos y recuperé algo de dinero. 

Al menos me sirve para detener la respiración agitada, las palpitaciones y pesadillas. Tengo aún motivos fuertes para no sentirme plenamente liberado —como el deterioro progresivo de mi padre—, pero he pasado de cuidados intensivos a una habitación. Y eso es algo.

Y si escribo de todo esto es, además, porque pienso que una buena parte de la incomodidad que sentimos los humanos obedece a las circunstancias. (Aunque hay personas con un extraordinario control de emociones que saben manejar los contratiempos de manera admirable). 

No es lo mismo un día con un plato de comida asegurado, que uno con la incertidumbre de si podrás llevarte algo a la boca. No es igual una temporada en la que estás al día en cuestiones de pagos y deudas, que una en la que tienes que pensar y romperte la cabeza para saber si conviene pagar primero la luz o los arbitrios o al menos parte del sueldo de las personas que cuidan a tu padre. 

Circunstancias. Además, impredecibles. Nadie nos entrena para afrontar la vida empinada. Vivimos una realidad hasta que, simplemente, todo se nos viene encima y sin advertencias. O quizá sí, pero no las vemos o no las queremos ver. O simplemente no les damos crédito: nada puede ir tan mal, pensamos. Y cuando pasa, nos volvemos locos o entramos en un estado de catatonia (mi caso). Pero llega ese instante en el que te tienes que mover sí o sí. Surgen recursos escondidos y que no los usas en el día a día, sino solo cuando se avecina la tormenta. 

Desde luego, cuando las circunstancias están a nuestro favor o, al menos, en un estado neutro, uno elige entre liberarse por completo o sujetarse a las preocupaciones que no son causadas por factores fortuitos, sino por razones más estructurales. En ese sentido, quienes padecemos algún trastorno actuamos condicionados por él. De ahí que resulte muchas veces imposible sentirse completamente en paz. 

Pero no importa. He venido hasta el teclado para dejar un poco de agobiarlos con quejas y lamentaciones —casi crónicas— y decirles que estoy en calma

Solo quisiera hallar la manera de extender esta sensación lo más que pueda.

Comentarios

  1. "Pero llega ese instante en el que te tienes que mover sí o sí. Surgen recursos escondidos y que no los usas en el día a día, sino solo cuando se avecina la tormenta. " Brillante. ¡ qué gran verdad !
    Me alegro mucho por tí : La tranquilidad , la paz de espíritu es un bien Superior para cualquiera de nosotros. Y que dure mucho.

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena, Solitude! Me alegro por vos. La calma tan esquiva para nosotros, al fin llegó a tu vida. Mantenela y disfrutala. Saludos!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Puede dejar su comentario aquí

Entradas populares