Tour de force
Me resulta inevitable volver a la frase «qué suerte ser normal». Por más que la odie y me arroje a la autocompasión, invariablemente la escucho en mi fuero interno. Es como una vocecita en apariencia inocua que, no obstante, me deja un mensaje muy pesado para cargar. Para más inri, la asimilo y me apropio de ella, aun sabiendo que atenta contra mi autoestima. Y sabiendo también que, pensando mejor las cosas, no debería siquiera desear la normalidad. En la práctica no me conviene y no me gratifica. Es decir, ya en plena posesión de conciencia, luego entiendo que en realidad no hay mucho que envidiarles a los humanos normales.
Sin embargo, ahí está la frase. Brillando con luces de neón. Recordándome, una y otra vez, que me estoy perdiendo de cosas.
Desde luego, la normalidad puede incluso ser una convención. ¿Qué es lo normal? Es un concepto que puede cambiar de una sociedad a otra, de una cultura a otra. Entiendo, sí, que en la comunidad donde uno se desenvuelve existen ciertos parámetros y referencias que configuran un marco razonablemente fiable de lo que es normal o, para decirlo más exactamente, usual.
Sabiendo todo eso, lo que me impulsa a medirme y compararme con lo que uno considera normal es justamente todo lo que no puedo hacer o lograr sin que me demande un enorme esfuerzo. Mientras que el resto lo hace sin mediar grandes maniobras, de manera muy natural, casi como respirando.
Desde muy chico, lo que a los otros niños no les costaba hacer, para mí era un mundo. El mero hecho de que ellos pudieran juntarse y cruzar espacios íntimos vitales como si nada, para mí era imposible. Era como intentar deambular en medio de un campo minado. Recuerdo cuando salía a caminar con el único amigo de la cuadra con el que me sentía cómodo. De pronto encontrábamos una tienda de discos y yo llegaba al colmo de pedirle a él que hablara con el tendero para que probara el long play que yo quería comprar. Y si no estaba con mi amigo, el querer entrar a un establecimiento cualquiera me era tan complicado como atravesar un aro ardiendo en fuego. Si lo que había adentro me era irresistible, me veía obligado a armarme de valor como si de subir a un ring de boxeo se tratara.
Todo acto que supusiera exponerme a un intercambio social me desafiaba a una proeza colosal. Y si lo lograba, sentía como si hubiera cargado el mundo sobre mis hombros. Algo así de monumental.
Pero mayormente me perdí de muchas cosas. Dejé de jugar partidos de fútbol —aunque me apasionara ese deporte—, dejé de lado muchos juegos infantiles. De adolescente ni me propuse conseguir alguna primera noviecita en la escuela: eso estaba prohibido para mí. Tuve que dejar la música: no pude soportar la exigencia de seguir formando parte de la banda. Es decir, donde los demás veían espacios abiertos, yo solo veía puertas cerradas. Y si por un milagro, o esfuerzo sobrehumano, abría una puerta y entraba por ella, repito, era como haber gestado un acto casi heroico.
El paso de los años, el roce con otra gente, obligado por las circunstancias, amainaron un poco la sensación de tener que pelearme con dragones gigantes para conseguir cosas simples. Cosas que para el común de personas —los normales— no son nada de otro mundo. Sin embargo, aun hoy me cuesta mucho atravesar la mayoría de puertas. Sigo viviendo a contracorriente, sigo caminando cuesta arriba; soy consciente de que debo apelar al superhumano que se esconde dentro de mí para ser solamente el humano que debería ser. Y eso es agotador. Prefiero quedarme en casa, a lo mío, y que todo lo demás exista como si no me importara. Vida dura, vida complicada esta. Que me interpela a diario para tentar la supervivencia.
Y pensar que a los normales no les cuesta casi nada.
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ResponderEliminarEs cuestión de camuflarse. Tampoco me da el hecho de depender de los demás, incluso en las cuestiones más superfluas. Adaptarse sin perder la escencia. Y como mi fe es grande y genuina, les deseo una feliz Navidad. A los que la tienen. A los que no. A los que creen en otras cosas. A los que, en definitiva, son personas de fe.
ResponderEliminarEn otro andar de cosas, a Solitude y a los que forman parte del blog con sus comentarios, lo mejor para Ustedes. Me hacen bien. Un saludo desde Argentina. ��
El camuflaje me sirve en situaciones breves. Más no. Y si bien ahora ya no dependo de mi amigo de la cuadra, sigo sintiendo que para hacer incluso las cosas más simples debo buscar al Hombre Araña que tal vez hiberna en mí. Feliz Navidad!
Eliminar“Es un concepto que puede cambiar de una sociedad a otra, de una cultura a otra.”... Así es... a grandes rasgos Occidente mira y va hacia fuera; Oriente mira y va hacia dentro. Occidente busca la exploración y la conquista del mundo externo; Oriente busca la exploración y conquista de la propia mente.Occidente es extrovertido porque parte de la noción de que nuestra experiencia es determinada por los estímulos sensoriales, los estímulos a los que nos vemos expuestos
ResponderEliminarOriente es introspectivo porque contempla que es la percepción que tenemos del mundo la que determina la experiencia que en el mundo tenemos y no es el mundo en sí mismo el que determina esa experiencia.
Quizás de aquí viene mi interés por el hinduismo, Taoismo, Budismo....
Tal vez mi vida habría sido, entonces, mucho más viable en Nepal. En Occidente hay mucho ruido.
EliminarJaja... me arrancaste una sonrisa.
Eliminar“Van en contra de todas las enseñanzas hipnopédicas. Recuerda que han recibido al menos 250.000 advertencias contra la soledad”. A. Huxley, Un Mundo Feliz
ResponderEliminarSí que nos perdemos muchas cosas. Pero también ganamos otras. Creo que el balance vital, al final, da una suma cero. Tampoco hay que darle demasiadas vueltas. Nos tocó y punto. Hay cosas bastante peores. Me uno de corazón a todos vosotros para desearos Feliz Navidad y que en 2018 mejoren las cosas para todos.
ResponderEliminarEs cierto. Se gana y se pierde. Pero apuntaba más bien al gran esfuerzo que me demanda realizar cosas que para la mayoría son solo un trámite. Y, como consecuencia de eso, perderme de cosas.
EliminarFeliz año nuevo Solitude !! un abrazo
ResponderEliminarTambién para ti, un gran 2018. Abrazo!
EliminarHola! No escribís más?
ResponderEliminarY, quiero. Pero estoy con la cabeza en otra parte. Estuve a punto de publicar un par de veces este último mes, pero se me fue el tren y me quedé sin palabras.
EliminarYa fluirán las palabras nuevamente. El tren pasa de vuelta. Que estés bien, saludos!
EliminarEso espero. Gracias!
EliminarAhora mismo estoy yo en una de las encrucijadas que solo nos pasan a nosotros. Llevo 2 años con un grupo de gente por internet, con algunos llevo hasta 3 años. Y hasta hace unos meses eran relaciones muy satisfactorias. Digo desde hace unos meses uno de ellos desarrollo un interes romantico en mi. Han hecho quedadas sin mi, pero ahora quieren verme. Ya sea por foto o en una quedada. He intentado, con el que mas me conoce explicarle que cuanto mas se acerca alguien a mi, mas ganas de escapar me dan. Pero no me ha creido. Creen que oculto algo y se lo han tomado como un reto: encontrarme. Y lo que no saben y no quiero decirles es que cuando me encuentren se que me ire. Inconscientemente ya pienso en excusas y estratagemas para dejarles y que sea convincente. Lo peor? Que reslmente antes me gustaba estar con ellos. Si fuera normal quedariamos, nos conoceriamos y nuestra relacion mejoraria. En cambio la sola idea de iniciar relaciones profundas me desborda. Y estoy en el mismo punto que tu. Normalidad. Todo el mundo lo usa. No es normal ser como soy. Pero no puedo csmbiar. Lo facil y agradable que seria a veces ser normal. Poder tomar decisiones acertadas con naturalidad.
ResponderEliminarSi " la sola idea de iniciar relaciones profundas me desborda" quizás deberías probar a establecer relaciones "ligeras", que son las que nos gustan realmente. Es verdad que es complicado "cambiarnos"; nunca vamos a ser el alma de la fiesta, pero podemos perfectamente asistir como espectadores, incluso hacer un buen papel y cuando nos hartemos, nos vamos. Hay mil excusas. Mucha suerte.
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