A más gente, menos gente

La frase que titula este post bien puede parecer un contrasentido. De hecho, cuando la pronuncié generó algunas interrogantes y manifestaciones de perplejidad. 

A más gente, menos gente...

Para entender el origen de estas palabras, debo remontarme a unos cuantos años atrás. ¿El lugar? La oficina donde trabajaba. Ya he referido que soy un fanático de la música y en la oficina sabían de ese apego y de mi predilección por asistir a conciertos. Entonces una compañera de labores, bastante intuitiva ---además me conocía muy bien---, me dijo, intrigada: ¿Cómo es posible que vayas a conciertos si no te gusta estar rodeado de gente?

He ahí que respondí: Es que... a más gente, menos gente...

Su rostro era como de what the f**k?

Al momento, involucró a otros compañeros a los que puso al tanto de mi frase de respuesta, como si se tratara de un desliz o una pincelada de insensatez. No dejaba de reír. Los demás, dos o tres, se sumaron al bullicio, también con rostros interrogantes. 

Finalmente, uno de ellos halló el hilo de la madeja: Oigan, pero tiene sentido. Fue el único que vio en lo dicho una razón válida a la aparente contradicción. No recuerdo bien qué siguió a continuación. Pero yo siempre estuve muy seguro de lo que quise decir. A más gente, menos gente... cierto es que para nosotros (esquizoides) es más amenazante toparnos inesperadamente con una persona. También lo es con dos o tres. Así como estar en medio de una reunión medianamente concurrida. No toleramos la presencia humana. Entonces, ¿cómo es que no encuentro mayor problema en acudir a conciertos? Ya pueden intuir que la respuesta es la frase que da título al post: a más gente, menos gente... 

Cuando la cantidad de gente es masiva, cada individuo se hace más anónimo. Y ese anonimato nos protege del carácter invasivo de una reunión de personas que podemos contar con los dedos de una o dos manos. En un ámbito en el que estamos rodeados de desconocidos perdemos la ansiedad de tener que interactuar con ellos. Las personas de al lado se convierten, pues, en objetos ornamentales o lo que a nosotros nos venga mejor. Están ahí pero no son. No cumplen la función de humanos que tan impertinentes nos resultan.

Queda claro, entonces, que las personas nos incomodan en tanto son. En tanto individuos potencialmente interactivos con nosotros. Y ese carácter se pierde a medida que la cantidad de humanos reunidos en un mismo lugar se hace mayor. Diríamos que se vuelven una masa sin forma y sin capacidades sociales, al menos para nuestros intereses. En medio de una muchedumbre nos hacemos invisibles, nos sentimos cómodos, resguardados en un delicioso anonimato.

Entonces, sí, tiene sentido.