Cae una lágrima
Hoy cayó una lágrima. Una sola. Aunque cueste entenderlo. Resbaló con impertinencia (aunque confieso que me cuidé de no ser visto). Estaba en un ómnibus, rumbo al trabajo. Estaba sentado (a mi lado, una señora añosa, con un rostro cruzado de arrugas y el cabello blanco atado en una coleta). No le presté mucha atención; en realidad me dediqué a mirar por la ventana del bus. Mirar cualquier cosa sin que realmente mirara. Pensaba. O recordaba. Y también me proyectaba. Pensamientos que aparecían como viñetas: mi vida (o parte de ella) como flashes; sensaciones de tristeza sin ninguna razón aparente. Evocaba e interiorizaba. Me tragaba culpas, temores y recuerdos. Y cedí a una vieja tentación: la de la autocompasión. Esa maldita costumbre de pensar de mí mismo como el pobre humano despojado de algún flanco de normalidad que ha hecho que me convierta en un miserable punto negro en el gran tablero de la vida. (Así de duro puedo ser conmigo).
Era casi mediodía. Hacía frío. Pero no llovía, ni había bruma. Solo un persistente color gris que invitaba a entristecerse (porque eso tiene el gris: es un color malévolo; algunos evitan el color negro porque lo piensan negativo, deprimente; pero el negro es un color honesto que se presenta tal cual es; en cambio, el gris se hace pasar por algún otro matiz cromático; se pega al blanco y hasta puede que lo logre, solo para lanzar luego sus malas vibras). El bus traqueteaba un poco, pero no al punto de distraerme de mis pensamientos. En algún momento, una gran tristeza se apoderó de mí. Supongo que fue por detenerme a pensar, una vez más, en la condena del esquizoide. Es clara la percepción de vivir dentro de una prisión personal que uno no puede traspasar. Aquella prisión que nos ha amontonado al fondo, donde habitan las almas solitarias, lejanas a todo. La impotencia que se yergue ante nosotros como un animal que lleva la muerte en su frente y la resignación como efecto inmediato ante la toma de conciencia de que no hay nada que hacer, solo atarse de manos y esperar algo. ¿La muerte? Claro, uno fantasea con que la muerte aparezca y nos libere, por fin, de esta incomodidad tubular y sin salida. Agobio total.
En algún momento, sí. En algún momento cayó una lágrima. Una sola. Una que dejé deslizarse con libertad, reprimiendo el impulso comprensible de interrumpir su trayecto con el dorso de los dedos. La dejé resbalar porque sentí que debía hacerle justicia, permitirle ser. Luego de tanto pensamiento gris, habría sido cruel de mi parte abortar el curso natural de aquella gota impertinente. Además, valiente: fue una sola; las otras quedaron suspendidas, no se animaron a salir.
Poco a poco se disiparon las nubes de mi mente. Entre el barullo de la calle y la sensación de vuelta al hoy y ahora, volví en mí. Y volví al presente y sus exigencias. Atrás quedó la lágrima. Pero sé que esta pequeña anécdota no es solamente eso. Sé perfectamente que persiste un temor invisible (e insurrecto) que volverá a decirme aquí estoy, no me he olvidado de ti.
Hasta que vuelva a pasar, procuraré pintarme un mundo de colores. Así, de mentiras. Como para que pasen los días y que, a su paso, el recuento de daños sea mínimo. Ya es de noche y no pienso en nada: solo quiero reingresar a la vida y colarme en ella con sigilo, sin que nadie lo note.
La situación en el bus me pasa en reiteradas ocasiones, siempre en el asiento mas cercano a la ventana de la última fila. Intento poder sumergirme de lleno en el fondo de mi mente y de allí no salir hasta antes de bajarme en la parada que me acerque mas a mi destino. Desgraciadamente nunca lo logro, la incomodidad producto de la presencia de las personas es mucho mayor que mi capacidad de abstracción en mis pensamientos. Es decir, me siento tan incómodo y molesto que no puedo ni pensar. Ni la música mas relajante puede evitar tensionarme. De tan solo trasladarme hacia a ese instante de mínimo contacto social me quedo sin respiración del malestar que me genera. Sinceramente estoy tan harto de sufrir la tensión esquizoide en cada circunstancia de mi vida. No puedo creer como algo tan simple como un viaje en un transporte publico se vuelva algo tan complejo e insano. Se repite lo mismo una y otra vez. ¿Cómo hace uno para no cansarse de tropezar una y otra vez con la misma piedra, sabiendo que cuando se levante, el próximo tropiezo va a ser igual o peor sin ninguna posibilidad de esquivarlo?. ¿ Acaso solo queda caerse y levantarse una y otra vez implorado que la siguiente caída sea al menos igual y no más dolorosa que la anterior?.
ResponderEliminarEs una lucha constante, efectivamente. Y a veces uno se cansa de luchar. En mi caso, sí me abstraigo con facilidad... mi tendencia es siempre a la abstracción, tanto que es como si fuera una presencia etérea.
ResponderEliminarLa entrada que escribiste me recordó a mi Libro de obras completas de Kafka, el cual llevo en mi maleta ya hace un tiempo, no para leerlo (que ya lo he leído unas cuantas veces), sino para tener la vista puesta en algo o eso parezca. Esto más los auriculares me hacen (casi) inmune a cualquier contacto con resto del mundo.
ResponderEliminarUna de las tantas "tácticas" que he aprendido durante mi vida... supongo que todos tenemos estrategia de este tipo, lo difícil es aplicarla con gente que cree conocerte. Como cuando crees o decides que puedes mantener una relación de pareja con otro persona, la cual no deja de preguntarse en que estarás pensando... intenten explicarle como es un caleidoscopio a un ciego.
Nunca me había ni siquiera molestado en escribir en un blog, esta vez me ha impulsado, por un lado el insomnio y por otro decirte que soy otro anónimo que te lee.
Saludos.
Por cierto ¿has escuchado el grupo uruguayo Cuartet de Nos?
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ResponderEliminarTambien yo a veces caigo en la nostalgia o tristeza, pero suelo saber el motivo. Es cuando por algun acontecimiento me resalta aun mas la diferencia entre mi forma de ser y la de los demas. No conozco a nadie en mi vida que sea como yo. O cuando alguien me dice que tengo suerte por estar siempre feliz, por no tener preocupaciones o sufrimientos. Entonces me gustaria decirles la verdad, que los tengo, que me siento sola, que cada vez que ellos dicen que una situacion es dolorosa, como cuando se lamentan de un terremoto que ha matado a un monton de gente, o por la mjerte de algun famoso o nose, cuando ellos sienten pena, compasion, empatia hacia los demas, y yo no siento nada, desearia que pudieran entenderme, que no soy mala persona ni lo hago a proposito, jamas heriria a alguien, pero que sus reacciones me hieren porque me hacen sentir un monstruo, alguien sin corazon, me siento fria y entumecida. Luego se me pasa. Pero en esos momentos siempre pienso: y si soy una especie de sociopata? No siento gusto al ver escenas crueles, si son extremadamente crueles incluso me asquean, no tengo ansias de poder y fasnatias de poder, no me siento por encima de los demas, y odio las injusticias. Ver como pegan a un niño o a un animal una paliza es para mi inaceptable, me hierve la sangre, pero si es una persona , una vez haya intervenido y ayudado, no volvere a pensar en el. Se que no soy una sociopata porque siento hacia los animales. Pero...y si es una sociipatia rara?
ResponderEliminarNo voy a ir a un psicologo porque como he dicho, estos malestares me duran un par de horas o un dia como mucho, luego mi indiferencia vuelve a meterme en la normalidad.
El otro dia me preguntaron que porque no iba a un psicologo, asi me darian un diagnostica y me resolverian las dudas. Le dije que por eso mismo no iba, si no se lo que soy, no tengo etiqueta asignada, porque una vez que me la pongan, ya no habra vuelta atras. Lo se, es cobarde, pero por ahora me va bien