La mente que cuelga de un cordel

Cuántas veces nos han dicho que, pese a los miles de problemas, la vida vale la pena vivirse. Y a plenitud. Y a continuación te enumeran las razones para ello, con la mejor de las intenciones, y ver si así te suben el ánimo. Y puede que esas razones sean válidas. Incluso cada quien tiene su propia lista de motivos para asentir y decirse a sí mismo: sí, pese a todo, es bueno estar vivo. Pero no soy de aquellos que se sienten capaces de hacer de los días episodios invariablemente espléndidos. Ni siquiera, por decirlo de alguna manera, únicamente agradables. Para mala fortuna mía, soy más bien un ser que contínuamente cuelga su mente de un cordel que tambalea en las alturas, amenazado por vientos feroces y brumas que en cualquier momento lo pueden echar abajo. Aún en momentos supuestamente apacibles, una parte de mi mente permanece maniatada, sujeta a pensamientos oscuros o anclada a eventos pasados que dejaron trazos de dolor. Peor todavía, y esto es lo que me vuelve más ansioso, esa parte indomable de mi mente no deja de atormentarme anticipándome situaciones futuras que, inminentes, me marcarán la vida con tinte negro: alguna pérdida irreparable (y devastadora), el envejecimiento, la progresiva pérdida de capacidades, la posibilidad siempre latente de contraer una enfermedad incurable, y no sigo, pues creo que la idea ha quedado clara. No dejo de preocuparme: y si me encuentro a mí mismo (extrañamente) despreocupado, aquella parte de mi mente activará una suerte de alerta para decirme: ¿no es preocupante que en estos momentos nada te preocupe?
Sé que es agobiante. Y sí: no encuentras paz. Llega la noche luego de un día sin sobresaltos y te metes a la cama con una sensación de inquietud. Sospechas de la tranquilidad que pugna por envolverte. Suspiras profundamente y te preguntas ¿y ahora qué ocurre? Es tu mente que cuelga del cordel que no descansa, no duerme mientras tú intentas hacerlo. Vela a tu lado, coloca su sombra en tu almohada. Y hasta puede despertarte en medio de la madrugada para recordarte tus preocupaciones pendientes. 
El estrés es cosa de todos los días. Aún si no sucede nada malo, la mente te condena a cargar con el peso no deseado de un futuro que encuentras borroso y asfixiante. Y piensas que tal vez el haber caído en este mundo es una condena. Sabes que deberás atravesar un interminable túnel negro, áspero, repleto de obstáculos, y sin la opción de retirarte del tablero de juego (el suicidio no entra en mis planes). Me atormenta el solo hecho de estar aquí y ahora a la espera de aquellos sucesos trágicos que se cuelan en mi mente, tanto si estoy dormido o despierto. O en un estado de fatigoso duermevelas. Es como si me hubiesen soltado a la intemperie sin opción a reclamos y con la forzosa necesidad de atravesar el tiempo de vida que se me ha asignado sin importar el grado de dolor que me pondrá a prueba. 
Y como no puedo torcer las ruedas del destino, solo me queda escribir estas cosas. Tal vez me ayude en algo o pueda acallar las voces que persisten en señalarme una ruta de malos augurios. Tal vez no.

Comentarios

  1. En mi caso cada vez estoy peor. Cada nuevo cuatrimestre en la facultad se me hace mas agobiante. El TEP se ha terminado de apoderar de mí. En esas pocas ocasiones, en donde estoy obligado a socializar, me siento tan raro haciendolo. No puedo salir de mi mente ni de la mente de los demás. Intento averiguar hasta que pensarán los demas de mí al verme en esa situación. Estoy atento a absolutamente todo, desde gestos y miradas hasta risas y elevaciones del tono de voz. Cualquiera de estas señales es un aviso de alerta que puede derivar en un mínimo contacto social. Y ya no se que hacer. No hay forma de liberarme de estos fantasmas que se han apoderado de mi mente. Nuevamente he perdido la batalla.

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  2. A no bajar los brazos. Podemos perder algunas batallas pero también ganar otras; compensar los malos ratos en los que nos vemos forzados a socializar tratando de encontrar gratificación en los momentos en los que estamos solos y con tiempo suficiente para hacer lo que nos venga en gana. Es cosa de tratar de encontrar el balance entre las exigencias externas y la armonía interna. Que estés mejor!

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  3. Entiendo perfectamente esa sensación. Cada día estoy más aislado. Vivo con insomnio, y las noches no son una pesadilla. Mi cerebro se conjura para recordarme todos mis fallos personales, para agobiarme con la ansiedad de los detalles más nimios que me esperan el día siguiente. A veces intento forzarme, asistir a cursos sobre cualquier cosa. Y me pasa una cosa curiosa: Intento empezar una conversación, con cualquiera que haya osado a sentarse a mi lado, pero no le escucho. La verdadera conversación es con mi cabeza, una lucha continua preguntandome porque y para que he iniciado esa conversación. La gente se queda con el trato agradable que he fingido. Pero vuelvo a casa un día más convencido de que, como bien dijo Camus, y con cuya filosofia absurda me siento identificado, "el problema consiste en matar el tiempo".

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