Huesos cansados
Alguien me preguntó en el anterior post si me había enamorado. Y trató de animarme a escribir sobre el tema. Le respondí que sí, que me he enamorado y que he tenido algunas parejas. Pero no le aseguré que escribiría sobre eso. Me cuesta, la verdad. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez sea un mecanismo de defensa. Quizá sea pudor. O es que el amor semeja un terreno peligroso. Como que idealizado cultural y masivamente. El amor te lo pintan blanco, con alas, sublime, edénico. Un beso siempre es el colofón de una novela rosa. El amor tiende a ser presentado como una puerta amarilla bordeada por flores rojas, que se abre para mostrarte un mundo perfecto de cielo azul y sol brillante. Pero, ¿y qué del lado B? ¿Qué del sabor amargo que dejan las batallas que siempre existen entre enamorados? ¿Qué de los sacrificios y las altas demandas en pro de una unión feliz y duradera? Y si la pareja compuesta por dos humanos comunes es complicada de llevar, cuánto más si uno de ellos es esquizoide. Sí. A los problemas naturales, agréguenles decenas de episodios aplastantes para nuestra manera de ser: el flirteo puede ser una tortura, puede sumirte en una crisis nerviosa, pues te fuerza a hacer cosas que no quieres (o no puedes). Vaya que sí. He pasado por eso: salir de mi guarida para meterme en la noche que aguarda ahí con sus intimidantes criaturas. Ella no es solo ella. Son las amigas de ella; son los amigos de ella; es la estridencia de una disco, de una música que odio, que no comprendo, que no se escucha, sino que está llamada a ser una mera excusa para desatar una tortura aun mayor: bailar. Y están las intromisiones. La gente que te aborda para preguntarte cosas absurdas o que, al menos para uno, son absolutamente prescindibles. Y no falta alguien que te suelta un comentario que has escuchado antes, varias veces: "No hablas mucho, ¿no?". Entonces sabes que odias estar en ese lugar, en ese momento, con aquellos. Te preguntas: ¿Vale la pena pasar por todo esto solo para ver si podré estar con ella? Muy dentro de ti sabes la respuesta: No. Preferiría estar en casa devorando el libro de turno, acompañado por la música que sí fue hecha para escucharse.
Naturalmente, cuando uno anda en los veinte o primeros treinta, como que tiene más reservas de combustible y mayor disposición y aguante. Por lo tanto, te sometes a esos rituales para cumplir con tu parte en aquello de realizarse en la vida teniendo una pareja (otro engaño que viene desde que saltas de la cuna y ejerces tus primeros derechos como animal bípedo y con uso de razón). Primero tus padres, luego la escuela, y las historietas que lees y los programas de televisión. Y las miles de canciones de amor que, desde la radio, te invaden con la cantaleta de que amor = felicidad. Te siembran esa semilla y te la riegan durante toda tu vida. Y de pronto llegas a una edad en que te miras al espejo y te dices: es hora ya de intentarlo. No necesariamente por convicción, sino porque se supone que es eso lo que debes (tienes) que hacer. No hay escapatoria ni vuelta de página.
Pero sufres. Primero porque mayormente encuentras que las chicas están muy distantes, como en otro planeta. Inaccesibles. Compruebas que algo en ti te ata de manos y pies. Lo sufres porque no entiendes qué pasa, por qué es tan difícil acercarse a ellas, mientras tus compañeros de escuela lo logran con asombrosa facilidad. Pero bueno, pasará el tiempo y encontrarás alguna manera de tentar posibilidades, pero ya he descrito cómo un esquizoide vive esa historia. Donde otros parecen pasarla inmejorablemente bien, uno padece. Te acercas a ella, sí, porque tal vez te atrae físicamente, o te agrada su carácter, pero cuando ves la magnitud de las cosas que hay que hacer tanto para conquistar como para que la relación sobreviva, pues sabes que tarde o temprano todo se irá al garete.
Hoy, acercándome a la mitad de la vida, miro atrás y sé que puedo decir: pasé por ello y no lo pude hacer sobrevivir. A veces me preguntan ¿por qué solo? Y si estaría dispuesto a volver a intentarlo. Les respondo con sinceridad: les respondo que no. Siento que todo ese tirabuzón de vivencias sería demasiado para mí. No tengo el ímpetu de la primera juventud para ir a la heroica lucha por el amor. Los huesos cansados, la certeza de que si bien el amor debe tener sus amaneceres despejados, también tiene sus noches sin Luna ni estrellas. Siento que ya no estoy para esos avatares. Que he descubierto un mundo alternativo y que, en la medida de lo posible, intento vivir con ello (y sin ella). Y hasta a veces (cada vez más) me topo con historias de amores infernales, encallados en aguas turbulentas. Gente a la que se le vinieron todos los años encima por culpa de un amor que murió en el camino.
Después de todo, nada, ni siquiera el amor, garantiza la felicidad. Ni aun la tranquilidad. Así que cada quién a lo suyo. Yo me voy a mi habitación para poner un disco, apagar la luz y dormir entre partituras hasta que me vaya perdiendo en la ensoñación de una noche relajada. Ciertamente, una noche sin ella, sin amor, pero una noche tranquila, sin sobresaltos. Eso espero...
Muchas gracias por seguir escribiendo. Realmente podes expresar con palabras lo que sentimos.
ResponderEliminar