"Hey, ¡di algo!"

No sé, pero a estas alturas de la vida me he convertido en una entidad 'oleaginosa'. Es decir, todo me resbala (todo me importa tres pepinos). Si bien nada (o casi) me ha importado mucho jamás, hoy estamos superando barreras. La teoría dice que las personas con TEP (trastorno esquizoide de la personalidad) muestran una pobre reacción ante la alabanza y la crítica. Pero no todos somos tan fríos en todo momento. Creo. Y, sin embargo, últimamente me he pegado mucho a esas conclusiones teóricas a las que han llegado los exégetas de la condición mental. Será que uno se hace grande y las cosas toman otra perspectiva. O será que, finalmente, uno de veras relativiza las cosas al llegar a cierta etapa. O será que uno, simplemente, se cansa de preocuparse, de sentir hostilidad, de estar pendiente de ojos extraños, de sentirse en el medio de una pantalla imaginaria en la que se es protagonista imaginario de torcidos argumentos imaginarios (algo de paranoia, por cierto).

Sí, hoy, al menos hoy, siento que nada importa mucho. Tal vez solo ciertas necesidades básicas. A las que agrego mis aficiones solitarias (música, lectura, películas) y mis conversaciones con Dios. Y, de alguna manera, esto de que el resto de cosas sean realmente insustanciales puede ser altamente liberador, ya que uno arrima al fondo viejos deseos insatisfechos, objetivos interrumpidos en la mitad del camino, sueños rotos, realidades desnudas y crueles, toda la insanía de una vida que puede llegar a ser asfixiante, decepciones y más de todo aquello que anteriormente nos complicaba la cabeza.

No digo que ahora viva en un paraíso. Pero ser alguien a quien ya no le afectan mucho los turbios giros del destino puede ser de utilidad para pasar mejor los días. Es un mecanismo simple para efectos de una mejor calidad de supervivencia. Y debo agregar: mecanismo no consciente. No he racionalizado todo esto. Simplemente, ocurre, se da.

La dimensión de esta nueva manera de encarar la vida puede medirse en comparación con lo que sucedía varios años atrás. Tiempos en los que sí me sustraía del resto lo más posible y evitaba así tener que someterme al temido escrutinio de terceros que determinaba todas aquellas sentencias sobre mí que yo ya me sabía de memoria. Tiempos en que me afectaba verme en situaciones que, en medio del spotlight, me hacían más vulnerable.

Quince o más años atrás, trabajaba en un espacio cerrado que, a veces, debía compartir con otro empleado, según el turno. A veces lo hacía con alguien de confianza y todo fluía sin mayores contratiempos. Pero en otras ocasiones, debía pasar ocho horas con alguien con quien no había la menor química (por decirlo de alguna manera). Y, para un esquizoide, eso equivale a pasarla definitivamente mal. No hay modo de arreglarlo. Mi mecanismo de defensa era instantáneo: me encapsulaba como un molusco, imbuido en los quehaceres, sin siquiera mirar al otro, que, a su vez, se dedicaba a lo suyo. Pero no pasaba mucho tiempo para que este abriera la boca e intentara sembrar una posibilidad de diálogo. Mi feedback era microscópico. Algún monosílabo, alguna sonrisa a medias, mal ensayada, algún comentario que llevara consigo, implícito, un punto final.

Pero era una tarde cuando yo me hallaba aun en peor estado como para al menos disfrazar la situación. Mala suerte la mía, me tocaba trabajar con este individuo (contra el que no tenía nada personal, simplemente no había nada que pudiera crear la menor empatía entre ambos). Era el turno de la tarde y la situación empezó como siempre, cada quien en lo suyo. La diferencia fue que el otro tipo no intentó iniciar una conversación. Pasaron largos minutos. Larguísimos. Los minutos se expandieron en horas. El trabajo del día se agotaba. Me puse a resolver un crucigrama. Pero, de cuando en cuando, lanzaba una mirada de costado a mi compañero de turno. La situación se me hacía francamente asfixiante, la ansiedad crecía, tras varias horas de silencio... tal vez (no recuerdo) solo sonaban las canciones en la pequeña radio que había en la oficina.

Creo que pasaron unas cuatro o cinco horas en esa absurda situación hasta que, de pronto, escucho su voz, pero sin distinguir las palabras. Entonces lo miro y veo su rostro sonriente, y él que me dice: "Hey, ¡di algo!".
No recuerdo si dije algo. Creo que comenté: "Estoy haciendo el crucigrama", pero no podría asegurarlo ahora, tanto tiempo después. Me pregunto si su silencio de horas era una especie de prueba para ver cuánto tiempo era yo capaz de pasar sin decir palabra alguna. O tal vez son solo figuraciones mías. Desde luego que fue una experiencia agotadora, silenciosamente agotadora. Y era agotadora porque, lo pienso ahora, en esos tiempos sí andaba presionado siempre por el tema de relacionarme socialmente (que en mi caso era mi talón de Aquiles por excelencia).

Hoy recuerdo la anécdota con cierta gracia. Pero en su momento fue como morir. Causa: aridez de palabras. Ja!
A lo que quiero llegar es que, de sentir y pensar como pienso hoy, situaciones como aquella hubiesen sido mucho mejor resueltas por mí entonces. Me hubiese evitado muchos padecimientos pasados. Pero quizá de eso se trata la vida: madurar, aprender, hacerse selectivo, dejar de lado los pensamientos y las situaciones que no nos convienen. Es decir, aprender a vivir como y con lo que somos. Si somos esquizoides, tratemos de pasarla bien en soledad, haciendo lo que se nos antoje, sin culpas, ni remordimientos, sin llevar la carga inútil de pensar qué hubiera pasado si yo no fuera esto o lo otro y demás cosas que no conducen a ninguna parte.

No quiero pontificar. Únicamente, siento la necesidad de decir que ahora todo me importa poco, menos las pocas cosas que sí me importan.



Comentarios

  1. Yo creo que las personas nos acostumbramos. Es cuestión de tiempo. Ocurre en todos los ámbitos. Y al final nos encontramos cómodos, resignados o no, en la situación que hemos "mamado" durante tanto tiempo y se vuelve algo conocido, controlable, sin sorpresas...Y a eso contribuyen los demás(que también se acostumbran) que ya te conocen, no se hacen tantas preguntas, y no te sientes el centro de atención.
    Aparte de todo esto la experiencia es un grado. Supongo que si te cambian el compañero de trabajo no sería como empezar de cero pero tendrías que pasar nuevamente por ciertas experiencias. Y yendo más allá si cambiaras de trabajo te resbalaría todo tanto como ahora?

    Enhorabuena por tu blog. Me resulta interesante, supongo que mas de uno nos sentimos identificados.

    Ekidin80.

    ResponderEliminar
  2. De hecho, la costumbre juega su papel, como bien dices. Y creo que hacerse mayor también. Respondiendo a tu pregunta, en el trabajo que tengo actualmente siempre llega nueva gente cada cierto tiempo y ya no experimento esa sensación de ansiedad que vivía hace algunos años en situaciones similares. Ahora, si yo fuese el nuevo en otro ámbito, tal vez me costaría al principio, pero creo que eso le pasaría también a alguien que no es esquizoide. Saludos y gracias por leer el blog!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Puede dejar su comentario aquí

Entradas populares