No existo



En estos tiempos de encierro por la maldita pandemia, las redes sociales (y especialmente Facebook) se han visto inundadas de retos o desafíos. He visto gente 'nominando' (por ridículo que suene el término) a sus contactos a colocar durante 10 días la tapa de un disco que le haya 'cambiado la vida', 'influenciado' o lo que fuera. Sin ninguna explicación ni comentario, con la sola regla de que haga lo mismo con sus propios contactos. También he sido testigo de cómo invitan unos a otros a que pongan en sus muros la escena de una película que los haya conmovido grandemente. También 10. Igualmente, la sola imagen, sin ningún texto explicativo y, de nuevo, con la condición de que extiendan el reto a otras personas.

Son solo dos ejemplos. Pero he visto muchos más. Obviamente: la gente está en casa, sin nada que hacer, a punto de desintegrarse y sin mejor idea que inventar estos retos o desafíos. Ránkings de canciones de todos los tiempos, bandas favoritas, cantantes femeninas más destacadas... (no he visto, eso sí, nada relacionado con libros o temas más profundos). Incluso por ahí uno de ellos instó a sus contactos a que formaran una banda de rock hipotética solamente integrada por músicos ya fallecidos. Ya saben: Hendrix, Jim Morrison, Kurt Cobain, John Bonham, Keith Moon, Lennon, B.B. King, Randy Rhoads, John Wetton, Chris Cornell, Keith Emerson, etcétera.

Tengo 1,197 contactos en Facebook. Una cosa de locos. De todos ellos, el 98% me agregó a mí. Yo solo habré agregado unos pocos. Y yo los acepto por cortesía, más que nada. Tal vez no debería. Pero lo hago porque, sencillamente, si alguien me pide ser su 'amigo' de Facebook, pues simplemente le doy luz verde; para qué negarme, así nunca interactuemos realmente (como sucede con la inmensa mayoría —felizmente—). Pero resulta más que curioso que tenga 1,197 'amigos' en Facebook, cuando en la vida real me alcanzan los dedos de ambas manos para contar amigos verdaderos (y algunos ni eso). Y a la mayoría de ellos no los veo en persona hace muchos meses.

El tema es que, a pesar de esos 1,197 contactos, ni uno solo de ellos me incluyó en estos jueguitos de poner tus bandas, discos o películas favoritas. He visto desfilar muchísimos posts. En tres meses, imaginen la cantidad de gente que se aburre de sí misma, al punto de inventarse todo esto.

Pero sí admito que me llamó la atención que nadie me pidiera seguir alguno de estos juegos. Sobre todo, tomando en cuenta que la mayoría de mis contactos tiene alguna relación con la música y sabe que he sido periodista musical, crítico de rock, comentarista de conciertos y entrevistador de artistas en el diario más relevante de mi país. Además de músico por breve tiempo.

Me pregunto: ¿No existo ni en las redes sociales? 

Es realista pensar que pase inadvertido en la vida real, pues yo mismo me he autoconfinado hace mucho tiempo. Hice mi propia cuarentena o —¿cómo le llama el gobierno acá?—; ah, sí: aislamiento social obligatorio. Yo lo vengo practicando años. Y no es de sorprender que muy poca gente aún insista en buscarme. ¿Pero tampoco existo en Facebook, ni con 1,197 contactos?

Pues, parece que no. 
No crean que me molesta. O que me la paso lamentando ¡por qué! Simplemente, cosecho lo que he sembrado hace años. Tal vez nadie me tiene la confianza necesaria para invitarme a sus juegos. Quizá solo me conocen de mi tiempo en el diario pero les resulto lejano, oculto, inaccesible. 

En realidad, es algo lógico.
Igual, tampoco necesito que alguien me 'nomine' para que exponga mis gustos. Puedo hacerlo libremente por propia iniciativa. De hecho, ya lo hice años atrás. De modo que no me estoy perdiendo de algo tan sustancioso como para que me quite el sueño. Pero no deja de llamarme la atención que no haya sido elegido absolutamente por ninguno de los contactos que tengo. Ni uno solo. Ni siquiera alguno con los que, de vez en cuando, intercambio algunas opiniones de materia musical. 

Pero sí reconozco mi persistente renuencia a socializar por ese medio. En realidad prefiero comentar noticias y publicaciones de algunos medios; sean de corte político, religioso, deportivo, social, entre otros temas. 

Debo admitir, pues, que no existo. Soy un ser vivo que habita en un escondrijo. Que se basta a sí mismo. Que no precisa de excusas para buscar a sus semejantes en las redes (aunque no tengo nada en contra de estos juegos). Que es capaz de mirarle a la cara a la soledad sin sufrir el pánico que genera en otros. Que no muere de aburrimiento en una cuarentena, por extensa que sea: de hecho mi vida es una cuarentena perpetua. Así que no me extraña del todo.

No existo. Y está bien así.


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