¿Sirve el diván?


Cuando algo no anda bien en la cabeza, lo primero que salta como solución es la terapia psicológica. O psiquiátrica. O psicoanalítica. Hay métodos para elegir, según el caso. Y muchas esperanzas de que alguna salida nos dará. Pero, aparte de ser muy costosas, no son una garantía de que, en efecto, alguna salida nos dará. ¿Alguno de ustedes, amables lectores, tiene alguna experiencia qué contar al respecto?

Yo llevé psicoterapia por cinco años. Y no crean que por el asunto esquizoide: por entonces, no tenía idea del trastorno. Lo he explicado antes: solo pensaba que era tímido, introvertido, callado, muy tranquilo, serio hasta la sombra. Fui por otra razón: quería despegarme de una relación 'amorosa' tóxica con una compañera de trabajo. Y sentía que por mi cuenta no podía, ya que era infernal trabajar en el mismo espacio con ella. 


En el camino, sin embargo, salieron a superficie mis rasgos de personalidad y carácter, mis miedos, traumas, todo. Y era previsible, pues una cosa llevaría a otra, y esta a otra, hasta formar un rompecabezas de imágenes inconclusas, defectuosas, plagadas de carencias y demás. 


El asunto 'amoroso' se resolvió en cierto tiempo (no recuerdo cuánto). Fue como un clic. De pronto, y sin percatarme, me sentí liberado. Ya podía trabajar con ella sin sentir el menor cosquilleo. Y hasta me preguntaba cuán imbécil pude haber sido para tentar algo con ella. 


Pero seguí hablándole a mi terapeuta. No exactamente en un diván (lo del diván es solo una figura simbólica en esta nota). Era, más bien, frente a frente. Y era casi un monólogo de cincuenta minutos por sesión. Ella solo intervenía con alguna pregunta y poco más. Yo llevaba el peso de las palabras, lo cual —podrán imaginar— era casi tortuoso por ser verbalmente austero. A veces quedaba en silencio, esperando por un salvavidas, o deseando que mi psicóloga interviniera. Pero no. Nada. Me miraba fijamente hasta que algo saliera de mis cuerdas vocales. Era tal mi ansiedad, que en ocasiones preparaba de antemano lo que iría a decir (lo cual, en términos metodológicos, no debería ser: se supone que uno debe hablar lo que salga en la sesión). 


En una de las primeras sesiones —recuerdo—, me hizo el test de Rorschach (el de las manchas). A la sesión siguiente, le pregunté si tenía un diagnóstico revelado por la prueba. Me dijo que sí. Que de hecho había un trastorno, pero no me dijo cuál. Le restó importancia. En otras palabras, me dijo que para qué quería saberlo, que eso no era relevante para los fines que perseguíamos. 


Decía que seguí acudiendo, pese a que ya me había liberado del motivo inicial que me condujo a terapia, pues fueron saliendo todas mis imperfecciones y fallas. Y sentía casi un deber de vida o muerte de seguir hurgando más en mi psique para descubrir, quién sabe, algún punto en la madeja que me permitiera desenredar mi cerebro turbulento. Aunque, de vez en cuando, mi analista como que me animaba a no tener una visión tan pesimista de mí mismo e intentaba conducirme a pensar en ciertos aspectos que no eran del todo negativos y que, por el contrario, podían tener algún matiz valorable. 


Probablemente, en todo ese tiempo estuvimos lidiando con el trastorno esquizoide de personalidad, sin saber yo que lo tenía. (Me enteraría después, por medio de otros profesionales cercanos a mí y fuera de consulta oficial. Y lo reafirmé luego en un test en Internet).

Hasta que llegó un día en que se terminó. No me dio de alta. Yo me di de 'alta'. Abandoné. No sé. Me cansé. Sabía que no había resuelto gran cosa, pero no estaba en mis planes eternizarme ahí. Ignoro si habría mejorado, de haber continuado. Pero no sé si podríamos hablar realmente de 'mejorar'. Creo, en todo caso, que más adecuado sería hablar de aceptarse como uno es e intentar vivir lo mejor posible con esa condición. De hecho, cuando tiempo después me revelaron que era esquizoide, me sentí libre. Por fin entendía las cosas. Por fin sabía las razones por las que era tan diferente al estándar de 'normalidad'. Y eso me ha permitido actuar de acuerdo a mis recursos, por pocos que sean, eliminando todo aquello (y en la medida de lo posible) que me cause ansiedad. 


Sabiendo lo que soy, he tomado muchas decisiones que me han servido en la práctica. Ahora decido, sin rubor ni culpa alguna, adónde voy, adónde no, a quién quiero ver, a quién no, cuándo y cómo hacer las cosas —o no hacerlas— sin sentirme obligado a nada en nombre de 'lo normal'. Y así he llegado a conseguir cierta calma, en lugar de la temida ansiedad. 


Espero sus comentarios. Y si han llevado terapia, ¿les ha funcionado?


Comentarios

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    1. Confieso que ignoro completamente ese trastorno. De hecho, atribuía los cambios físicos y cirugías realizadas por artistas como simples gestos de vanidad. No pensé que pudiera haber un problema más hondo detrás. Y bueno, si el problema es de la gravedad que dices, concuerdo en que lo del trastorno esquizoide pasa a un plano posterior. Espero que las terapias que puedas realizar como tratamiento ayuden a superar el tema y a que mejores de alguna forma. Que sanes por completo. Saludos!

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  2. No, no he ido nunca. Asi que no se si soy o no esquizoide. Probablemente. Da igual.
    En mi caso, ya de pequeña, unos 12 o 13 años, tuve demasiado claro las cosas.
    A la gente le doy miedo cuando hablo seriamente, o explico algo.
    Asi pues suelo hablar de tonterias o decir las cosas que se han de decir.
    A los 21 o 22 años me canse de pasarlo mal. Llevaba toda mi corta vida intentando no decepcionar a los demas, a hacer lo correcto. Lo que se esperaba de mi.
    Y tire la toalla. Empece a ser yo misma. A hacer lo que sentia que debia hacer. Hice daño a mis seres queridos asi que decidi que por ellos, ya que se esforzaban por aceptarme, podia yo esforzarme y no ser tan yo misma con ellos.
    A los pocos años ya habia aprendido a ponerme mascaras segun el escenario. A ser libre de ser yo misma con mi entorno cercano, y como empezaba a ser libre y feliz, ya no me causaba tanto estres ceder a los convenios sociales basicos.
    Hice mucha autocritica y autoanalisis.
    Y a mis 32 años, la verdad es que soy muy feliz. Obviamente paso muchas horas solas, no tengo pareja, ni hijos, ni viajo mucho, ni hago cosas nuevas a menudo, etc. Pero es que para mi eso es felicidad y bienestar.

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    1. Sí, creo que no hay nada mejor que hacer lo que a uno le apetezca y sin mirar mucho a los costados. Evidentemente, hay momentos en los que tenemos que ponernos de nuevo una máscara porque de otro modo nos puede ir peor. Pero creo que la satisfacción se obtiene mediante un buen balance entre ser y parecer. En la medida que seamos más lo que en realidad somos, mejor. Y sin surgen voces disonantes a los que no les agraden lo que ven en nosotros, pues mala suerte (para ellos).

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  3. "En otras palabras, me dijo que para qué quería saberlo, que eso no era relevante para los fines que perseguíamos." ¿Que no era relevante? ¿no era precisamente eso lo que ibas a buscar? ¡que falta de respeto! ¡yo la mato!. Menos mal que te fuiste. De todos modos estoy segura que el problema es el tipo de terapia en la que caíste. Hay otras mejores.

    El problema probablemente sea que la mayoría de los psicólogos no tiene demasiada idea de qué es realmente el TEP. Otros siguen los criterios del DSM que sólo logra describir una caricatura de lo que son las personas reales. Con eso me refiero a que es muy "blanco o negro" y no deja ver todos los matices que hay en el espectro. Yo buscaría un psiquiatra especialista en TEP y no un psicoanalista del montón. Lo último que falta es más incomprensión. Cuando la terapia no es la correcta empeora todo. Para las dudas, en internet hay decenas de libros sobre el tema y foros con personas con TEP de todas partes del mundo.

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